A 66 años de El Laberinto de la Soledad (3a parte)
 
Hace (81) meses
 · 
Compartir:

Una reconciliación con el misticismo -bajo diferentes nombres y representaciones- de los vencedores ibéricos, nuevos amos de la América mexicana de la que 300 años después hablaría José María Morelos. Y como ocurriera en España sería en México: La monarquía española nace de una violencia: la que los Reyes Católicos y sus sucesores imponen a la diversidad de pueblos y naciones sometidos a su dominio. (…) El catolicismo español siempre ha vivido en función de esa voluntad. De ahí, quizá, su tono beligerante, autoritario e inquisitorial. (…) La previa existencia de sociedades estables y maduras facilitó, sin duda, la tarea de los españoles, pero es evidente la voluntad hispana de crear un mundo a su imagen. Luego, continúa Paz con maestría, Frente a la variedad de razas, lenguas, tendencias y Estados del mundo prehispánico, los españoles postulan un solo idioma, una sola fe, un solo Señor. Si México nace en el siglo XVI, hay que convenir que es hijo de una doble violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la de los españoles.
Pero, ¿por qué entonces sobreviven los pueblos originarios? Como es sabido por fuentes históricas, el Nobel mexicano apunta que los españoles necesitaban mano de obra nativa para el cultivo de los enormes feudos y la explotación minera. Los indios eran bienes que no convenía malgastar. En ese contexto, por la fe católica los indios, en situación de orfandad, rotos los lazos con sus antiguas culturas, muertos sus dioses tanto como sus ciudades, encuentran un lugar en el mundo. Para el siglo XVI, la Iglesia de Roma se encuentra de pie ante la esperanza de un nuevo aliento, ahora en América, pues la decadencia del catolicismo europeo coincide con su apogeo hispanoamericano: se extiende en tierras nuevas en el momento en que ha dejado de ser creador. Ofrece una filosofía hecha y una fe petrificada, de modo que la originalidad de los nuevos creyentes no encuentra ocasión de manifestarse. Su adhesión es pasiva. El fervor y la profundidad de la religiosidad mexicana contrastan con la relativa pobreza de sus creaciones. Por esta razón, y a diferencia de lo que sucedió en los Estados Unidos, una vez consumada la independencia las clases dirigentes se consolidan como herederas del viejo orden español. Rompen con España pero se muestran incapaces de crear una sociedad moderna. A partir de dicho momento ensayístico en El Laberinto de la Soledad, Paz Lozano parece emprender una cada vez más acercada crítica política de los siglos XIX y XX mexicanos: La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturalidad. Hemos sufrido regímenes de fuerza, al servicio de las oligarquías feudales, pero que utilizan el lenguaje de la libertad. Esta situación se ha prolongado hasta nuestros días. De ahí que la lucha contra la mentira oficial y constitucional sea el primer paso de toda tentativa seria de reforma. Si acaso, México consolida su verdadera independencia cuando los liberales ganan, primero a los conservadores, la guerra de reforma, y luego a Francia, la guerra contra el segundo Imperio, elevando a rango constitucional las leyes de reforma de Juárez, Lerdo, Ocampo y otros miembros de la generación más ilustre de mexicanos que quizás haya existido, pero luego con Díaz vendría la regresión al pasado: Era el más brillante de los generales que la derrota del Imperio había dejado ociosos. El soldado del 2 de abril se convierte en el héroe de la paz. Suprime la anarquía, pero sacrifica la libertad. Reconcilia a los mexicanos, pero restaura los privilegios. Organiza el país, pero prolonga un feudalismo anacrónico e impío. Estimula el comercio, construye ferrocarriles, limpia de deudas la Hacienda Pública y crea las primeras industrias modernas, pero abre las puertas al capitalismo angloamericano. En esos años México inicia su vida de país semicolonial. A pesar de lo que comúnmente se piensa, la dictadura de Porfirio Díaz es el regreso del pasado. Pero también a partir de ese momento, si se piensa con detenimiento, se malogra nuevamente la posibilidad de preeminencia de las instituciones sobre los caudillos, a los que se rinde culto por igual en el México porfiriano que en el revolucionario y posrevolucionario. Ese culto aun rige nuestra vida política, aunque limitado por la prohibición de reelegir a los presidentes y otros funcionarios. (…) La permanencia del programa liberal, con su división clásica de poderes -inexistentes en México-, su federalismo teórico y su ceguera ante nuestra realidad, abrió nuevamente la puerta a la mentira y la inautenticidad.

Compartir:
Etiquetas:
Relacionados
title
Hace 7 minutos
title
Hace 10 minutos
title
Hace 40 minutos
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad