Alud de impugnaciones
 
Hace (81) meses
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Una joven mujer iba a viajar en un crucero por el Mar Caribe. Antes de embarcarse llegó a una farmacia y le pidió al encargado: “Quiero un frasco de píldoras para el mareo y una docena de condones”. Replicó el farmacéutico: “Sé que no es asunto mío, señorita, pero si tanto se marea haciéndolo ¿para qué lo hace?”. Un individuo con aspecto de vagabundo se presentó ante el director del banco y le dijo de buenas a primeras: “Quiero el puesto de sub director”. El funcionario se asombró: “¿Está usted loco?”. “No -respondió el tipo-, pero si me dan la chamba puedo actuar como si lo estuviera”. Babalucas le comentó a la linda Dulciflor: “Antes de salir contigo leí un libro que se llama ‘Cómo enamorar al sexo opuesto’. Pero dime: en nuestro caso ¿quién es el sexo opuesto? ¿Tú o yo?”. Una chica le contó a su amiga: “Vi en la tele una película. Empezaba cuando el hombre le daba a la mujer un beso en la boca”. Dijo la otra: “¿Hombre y mujer, y un beso en la boca? Debe ser una película viejísima”. Himenia Camafría, madura señorita soltera, le informó a su amiguita Celiberia Sinvarón, célibe como ella: “Sé de un lugar donde los hombres no llevan nada aparte de un reloj”. “¿Qué lugar es ése?” -pregunto ansiosamente Celiberia. Respondió la señorita Himenia: “La muñeca”. Pena me da decirlo, mucha pena, pero lo cierto es que los organismos electorales del país, empezando por el nacional y siguiendo con los estatales, cuestan mucho dinero e inspiran muy poca confianza. Lo que alguna vez -solamente una vez- fue una institución de ciudadanos terminó por caer en manos de los partidos políticos, que ahora se asignan por cuota los cargos de decisión y representación en esas costosas oficinas burocráticas que la ciudadanía mira con ojos de sospecha. Ciertamente organizar una elección es labor ingente y complicada, y más en casos como el de mi natal Coahuila, donde hay casi tantos partidos como estrellas en la bóveda celeste. Esa tarea, hemos de reconocerlo, se cumple generalmente con eficacia. Aun así los ciudadanos en su mayoría piensan que tales instituciones están sometidas a los dictados y consignas de los poderosos, y eso enturbia su gestión y hace que los resultados que rinden al final de los procesos de elección sean objeto de suspicacia, y traigan consigo un alud de impugnaciones. Desde luego en esto actúa con frecuencia más la emoción que la razón, pero lejano ya está el tiempo en que los organismos electorales eran considerados árbitros imparciales y objetivos. Pena me da decirlo, mucha pena. Y sin embargo así es. Hacía mucho tiempo que el autor de esta columna no se metía en problemas con doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías y censora de la pública moral. Anoche, sin embargo, la ilustre dama hizo llegar al columnista un ocurso memorial en 12 fojas útiles y vuelta en el cual le prohíbe publicar el cuento de don Languidio Pitocáido, senescente caballero en permanente estado de disfunción eréctil, que se hizo tatuar un corazoncito en la punta de su atributo de varón con la esperanza de tener ahí un paro. Inútiles fueron las argumentaciones que el escritor adujo para reducir a razonables términos la empecinada negativa de doña Tebaida: la señora no quiso permitir que el supradicho cuento viera la luz pública. En su lugar, entonces, haré bajar el telón de esta columnejilla con la historieta de los recién casados que llegaron a un hotel a pasar en él su noche de bodas. Preguntó el novio en la recepción: “¿Cuánto cuesta el cuarto?”. Apresuradamente la novia le dijo por lo bajo: “Antes de preguntar por el cuarto pregunta cuánto tendremos que pagar por los primeros tres”. FIN.

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