Aluxes
 
Hace (96) meses
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La realidad tiene tendencia a volverse misteriosa. Incluso en las más comunes circunstancias somos testigos de fenómenos que escapan a toda explicación. De pronto, un calcetín se pierde en la lavadora o en alguna ilocalizable región de la casa. Nunca desaparecen en pareja. Por algún raro designio se separan. ¿Adónde van los calcetines divorciados? ¿Hay un universo paralelo en el que aguardan a sus pares, o buscan otras relaciones en un ambiente más liberal que permite que el verde se lleve de maravilla con el azul?

Por mera superstición, guardamos los calcetines impares en una cesta y los anudamos para que no traten de escapar. Aunque es casi imposible que una prenda separada vuelva de su exilio, confiamos en que suceda el milagro y conservamos la pareja que ya fue abandonada.

El destino de los calcetines ofrece una metáfora de las relaciones amorosas y la incertidumbre doméstica. Además, comprueba que la vida cotidiana está hechizada.

Mi abuela tenía una infalible explicación para esta clase de enigmas. Si algo se descomponía de repente o desaparecía en uno de los cajones donde la fortuna hace sus bromas, responsabilizaba a los aluxes. “Y eso que no estamos en Yucatán”, agregaba.

El sureste era para ella una región mágica gobernada por duendes mayas. Nacida en Progreso, vivía en la capital, donde se dedicaba a modificar el entorno a través de su imaginación. “Piensa mal y acertarás”, solía decir. El que sospecha, encuentra.

Su capacidad de fabulación me convenció de que las cosas mejoran al ser contadas. Si Chaac, dios maya de la lluvia, tiene auxiliares que lo ayudan a romper los cántaros del agua, mi abuela contaba con la asistencia de los aluxes para darle veracidad a sus historias.

En la Ciudad de México su presencia no era definitiva. Se trataba de espíritus pasajeros, que hacían alguna jugarreta para que no olvidara la deslumbrante tierra del origen. Desde niño anhelé ir a Yucatán en busca de los duendes.

Pero tuvieron que pasar décadas para encontrar a estas deidades. Mi primer contacto ocurrió en 2012 durante la grabación del programa Piedras que hablan. En Chichén Itzá, la ciudad sagrada que rinde tributo a los brujos del agua, descendimos a un cenote atados a una soga. Unos minutos antes de abandonar la superficie, nos llegó la noticia de que había muerto Carlos Fuentes. El azar plagió uno de sus relatos y nos permitió evocar al caudaloso novelista mientras buscábamos noticias del inframundo maya.

Nuestro anfitrión era Guillermo de Anda, especialista en arqueología subacuática. Durante un par de horas habló con elocuencia de las ofrendas y los entierros que había encontrado en el agua ceremonial para descifrar la historia sumergida del país. Mientras tanto, lo más raro ocurría en la corteza terrestre.

Quienes manejaban el sistema de poleas sintieron que el suelo se cimbraba a causa de pisadas difíciles de explicar en un sitio donde no hay elefantes ni bisontes. El chofer de la expedición comentó que habíamos bajado demasiado rápido a la boca de agua, sin pedir permiso a los dioses del lugar.

Nada más lógico que los duendes preserven sus derechos en sitios sagrados. Lo misterioso es que también se apropien de las situaciones más profanas.

Escribo estas líneas en Mérida, donde he pasado una semana. Durante varios días entré sin problemas al internet de mi hotel, pero de golpe perdí la conexión. Llamé a la recepción y me enviaron a un ingeniero en sistemas. Después de muchas revisiones, juzgó que la señal no llegaba con suficiente fuerza y trajo un módem. Tampoco así hubo señal y decidió hablar con su jefe. Descolgó el teléfono y no había línea. Media hora antes yo había llamado a la recepción. Entonces advertimos que el aire acondicionado no funcionaba, pero las lámparas seguían encendidas. La combinación de desperfectos me hizo sentir, sencillamente, que estaba en México, pero el ingeniero en sistemas tenía otra explicación: “Son los aluxes”.

Bajé a escribir este artículo en una computadora del Centro de Negocios. Acababa de terminar la línea anterior, cuando el técnico llegó a decirme que ya podía volver a mi cuarto. “Su internet estaba siendo usado por alguien más”, me comentó. ¿Era posible que se usara una señal que no existía? Esta pregunta hizo sonreír al ingeniero: “La máquina se confundió; los aluxes embroman todo”.

Los mayas inventaron el cero y renovaron la astronomía. También demostraron que la parte más elevada de la ciencia se llama “magia”.

Está por verse si yo escribí este artículo o me lo dictó un alux.

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