Atlas de tumbas
 
Hace (93) meses
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Miguel Covarrubias hizo coloridos mapas pictográficos en los que las diversas regiones del país se definían por sus animales, sus artesanías o sus frutas. Hoy los cartógrafos más laboriosos no son los geógrafos ni los pintores de la naturaleza, sino los familiares que buscan desaparecidos.

El 31 de mayo estuve en las fosas comunes de Tetelcingo, donde la Universidad Autónoma del Estado de Morelos realiza una notable labor para identificar cuerpos en dos criptas (se estima que contienen trescientas osamentas y puede haber una tercera fosa). Estuve ahí con Alejandro Vera, rector de la UAEM, Javier Sicilia y Marcelo Uribe, editor de ERA, durante la presentación del libro El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Cualquiera de nosotros hubiera preferido no tener que hablar ante la tierra abierta y el aire pútrido, pero en las actuales circunstancias no hay mejor sitio para un aula, un libro o una discusión que la tierra abierta y el aire pútrido.

El nuevo atlas del país está marcado por las tumbas y es posible trazar rutas de la desaparición forzada. El espléndido documental Mirar morir, sobre la participación del Ejército en Ayotzinapa, comienza con una escena habitual en el campo mexicano: una mujer busca un cadáver. Esto ocurre en Guerrero. El estado vecino, Morelos, se ha convertido en un sitio socorrido para la desaparición de pruebas. En los años setenta, durante la guerra sucia emprendida por el gobernador Rubén Figueroa, un convoy de camiones fantasmales transportaba cadáveres de Guerrero a otras entidades.

A Tetelcingo han llegado mujeres guerrerenses que buscan a sus hijos. Es el caso de Guillermina Sotelo Castañeda, madre de Iván Hernández, desaparecido desde el 19 de agosto de 2012. Después de la presentación del libro, tomó la palabra para transmitir un mensaje que cifra la dimensión de una ausencia: “Tal vez el que encontremos no será mi hijo, pero una luz va a volver a casa”. La certeza de saber qué sucedió, por amarga que sea, es una forma de la luz.

El periodista Raúl Silva me permitió oír la entrevista que Guillermina le concedió para la radio. Desde hace tiempo ella vive en Carolina del Norte, pero está en México para buscar a su hijo Iván. No es fácil imaginar los quebrantos de alguien sin asidero alguno, dedicada a una búsqueda para la que no hay pistas. Guillermina fue al banco donde Iván tiene una cuenta y pidió revisarla. Si había algún movimiento, sería una señal de que estaba vivo. Le dijeron que sólo le podían dar datos si llevaba un acta de defunción: “¿Cómo puedo presentar el acta de defunción de un desaparecido?”.

A unos meses de haber levantado la denuncia en el ministerio público, fue a ver si había avance en la investigación. Sólo averiguó una cosa: el expediente se había perdido.

Entendió que el gobierno no le iba a dar ayuda y encontró apoyo en “Los Otros Desaparecidos de Iguala”, organización creada después del caso Ayotzinapa. Se unió a las tareas de buscar restos en los montes, “como un perro escarbando un hueso”. Sin instrumental ni preparación, los familiares encontraron ciento cuarenta y cinco osamentas. ¿Es posible que la negligencia del gobierno continúe ante esas pruebas? La pregunta, por supuesto, es retórica: las autoridades coludidas con el crimen no tienen otro anhelo que el olvido.

Guillermina espera que entre los cuerpos de Tetelcingo aparezca una noticia de su hijo: “Lo quiero vivo, pero si está muerto quiero tener un lugar para ir a llorarle”. Mientras no encuentre a Iván, él puede tener frío, pasar hambre, ser lastimado.

El extraño rescate del futbolista Alan Pulido puso en evidencia la descomposición social en Tamaulipas. La velocidad con que fue encontrado y la fantasiosa historia de cómo sometió a sus secuestradores, apunta a una posible cercanía entre las autoridades y los criminales. La justicia no es igual para todos: “Uno quisiera ser famoso para que lo encontraran”, comenta Guillermina al comparar el caso del futbolista con el de su hijo.

Las fosas no sólo entierran cuerpos; también buscan enterrar historias. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del gobierno por silenciar a los muertos, México se ha convertido en un elocuente más allá que habla a tumba abierta.

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