Bullying
 
Hace (77) meses
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¡Anoche perdí mi doncellez!”. Así le dijo a su padre, llorosa, compungida y tribulada, la hija mayor de don Poseidón, granjero acomodado. El genitor la reprendió, severo: “Eso le pasa a m’hija por no fijarse bien dónde deja las cosas”.

Lord Feebledick regresó a su finca de campo después de haber participado en la cacería anual del Country Club. Venía mohíno y enfadado. Su perro Redprick, en vez de ir tras la zorra, se entregó a un ejercicio nada honesto con una perrilla que ni siquiera pertenecía a alguien conocido, sino que era de plano callejera, lo cual hirió sensiblemente la conciencia de clase de milord.

Sus tribulaciones aumentaron cuando al entrar en la alcoba conyugal vio a su mujer, lady Loosebloomers, en apretado trance de fornicio con Wellh Ung, el toroso mancebo encargado de la cría de los faisanes. Sin perder su flema británica -a eso lo obligaba la tradición- lord Feebledick le dijo al mocetón: “He tolerado que faltes los lunes al trabajo; que te emborraches cada día y que vendas a los aldeanos la leña de mis bosques. Pero creo que ahora has llegado demasiado lejos”. “¡No, milord! -protestó vivamente el gañán-. ¡Le juro que sólo llegué hasta donde siempre!”. En lo que queda de su administración -me refiero al tiempo- todo lo que haga y diga Peña Nieto le será tomado a mal.

El bullying a que se refirió hace días será su constante compañero. Los ataques y críticas que recibirá no necesariamente serán causados por él mismo. Sucede que el presidente volvió a poner en ejercicio el presidencialismo de los pasados tiempos, y ahora todo confluye en su persona.

Y como no hay mucho bueno que contar, todo lo malo se le seguirá cargando a él. La ciudadanía está cansada ya de tanta ineficacia en la atención de los graves problemas del país -la pobreza, la inseguridad, la impunidad-, y está harta igualmente de la rampante corrupción que se observa en la clase política, lo mismo que de la grosera partidocracia que nos rige, de la onerosa burocracia electoral que padecemos y del pesado costo que representa para los ciudadanos el sostenimiento de una casta de políticos que, como se dice en lenguaje popular, no tienen llenadera.

Todo ese malestar confluye en la persona del presidente. Así las cosas, Peña Nieto deberá resignarse desde ahora a sufrir la suerte del cohetero, a quien le silban si el cohete sale y le pitan también cuando no se alza. Tal es la consecuencia de concentrar en su persona todas las funciones del Estado y el control del partido oficialista.

Tal es el precio que hay que pagar por volver al pasado. Bustolina Grandchichier era una joven de mucha pechonalidad. En la oficina uno de sus compañeros de trabajo le preguntó a otro: “¿Ya viste los zapatos nuevos que trae Bustolina?”. “No -replicó el otro-. Y te aseguro que tampoco ella se los puede ver”. Con motivo del carnaval se llevó a cabo un baile de disfraces en el casino del pueblo.

Llegó a la puerta un individuo que no sólo no portaba el distintivo que identificaba a quienes habían sido invitados al sarao, sino que además iba completamente en cueros. Ni siquiera se había puesto loción. Para mayor asombro de los miembros del comité de vigilancia el sujeto llevaba injertada en la parte posterior una maraca de cumbanchero. Explicó a los encargados de admisión: “No fui invitado, es cierto, pero tampoco me dijeron que no viniera. Éste es un baile de disfraces, y yo vengo disfrazado de víbora de cascabel”.

Babalucas llamó por teléfono al médico de la familia y le dijo que su esposa -la de Babalucas- se sentía algo indispuesta. Le pidió el facultativo: “Póngale el termómetro y dígame qué indica”. Regresó el badulaque y le informó: “Marca ‘húmedo y ventoso’”. Precisó el galeno: “Dije ‘termómetro’, no ‘barómetro’”. FIN.

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