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Hace (74) meses
Todo es sencillo y fácil
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Las campañas están en curso. Tenemos competencia auténtica, maquinarias partidistas ramificadas, incertidumbre en los resultados, fuerzas equilibradas en busca de votos, particularidades regionales, redes de relaciones informales, realineamientos políticos, y todo ello arrojará fenómenos de alternancia en distintos niveles, inéditas correlaciones de fuerza, nuevo reparto del poder político. Lo que no tenemos y quizá no tengamos es densidad y complejidad en los planteamientos y el debate.

Y no se trata de un asunto mexicano. Basta asomarse a otras contiendas similares para constatarlo. La celeridad de los acontecimientos, las simplificaciones recurrentes para llegar a los más, las respuestas a bote pronto, el acento en las imágenes, la inmediatez de las redes, los millones de electores que jamás se asoman a la letra escrita, el desvanecimiento de las identidades y el declive de las grandes construcciones ideológicas, todo ello enunciado sin concierto ni ponderación y más, arma un escenario en donde los diagnósticos medianamente sofisticados y las propuestas con un cierto grado de elaboración difícilmente pueden abrirse paso.

La supresión de la complejidad de los problemas y la reiteración de la simplicidad de las recetas impiden que las campañas cumplan con uno de sus objetivos supuestos: socializar la gravedad y dificultad de los retos que enfrenta una comunidad compleja, masiva, desigual y tensionada como lo es México. En su lugar aparecen “diseñadores de imagen” y quienes supuestamente conocen el “mercado” de los votos y saben lo que las personas quieren oír, de tal suerte que los candidatos se mimetizan a las pulsiones dominantes tratando de ganar la adhesión de los más. Eso por supuesto deprime la calidad del debate e irradia a lo largo y ancho de la sociedad una serie de promesas que difícilmente podrán ser atendidas por lo menos de manera fácil.

No es solo el formato en el que los candidatos aparecen en radio y televisión y que por supuesto influye. En 30 segundos nadie puede hacer un planteamiento medianamente ilustrado. Más bien lo que está a su alcance es acuñar una frase “pegadora”, una sonrisa que trasmita confianza, una musiquita pegajosa, una descalificación sorda y contundente. El problema es más hondo y universal.

La búsqueda de la adhesión de la mayoría parece impulsar a partidos, coaliciones y candidatos a tratar de conectar con el mínimo común denominador de los potenciales votantes. Saben que no están en un seminario con especialistas ni en un salón de clases y ni siquiera en una asamblea, sino en un gran escenario marcado por las rutinas del espectáculo y su cauda de inquietudes, rencores, aspiraciones y frustraciones. Y ello es lo que explotan aquí y en donde hay elecciones. La fuerza gravitacional de la mayoría impulsa a dar “atole con el dedo”, total, después ya veremos.

No es que en los partidos no existan elaboraciones complejas. Por supuesto que las hay. Lo que sucede es que no trascienden y que quizá no puedan trascender dadas las propias premisas y circunstancias en las que transcurre la contienda. Hay una especie de esquizofrenia funcional, un divorcio entre “los que saben” y la papilla simplificada que se presume es un alimento nutritivo para las masas. Ese quizá sea el mayor drama de los sistemas democráticos. La “necesidad” de los contendientes de escamotear la complejidad de los asuntos en aras de conectar con las pulsiones que se encuentran instaladas en la sociedad. Y si a ello sumamos unos medios (con sus notables excepciones) que se regodean en la frivolidad, en los dimes y diretes, en el chascarrillo elemental y supuestamente gracioso y que no tienen tiempo ni disposición para recrear y analizar nuestros problemas, el ambiente anti intelectual tiende a sellarse. No resulta casual entonces que la identificación de los ciudadanos sea cada vez más con las personas y menos con los partidos; más con los reales o supuestos atributos de los candidatos y menos con los planteamientos.

Algo se puede hacer, sin embargo. Las organizaciones, sobre todo aquellas que tienen agendas depuradas, pueden esforzarse por crear un contexto de exigencia, por lograr que los candidatos se comprometan o por lo menos respondan a sus diagnósticos y eventuales soluciones. Quizá un analgésico para el cáncer.

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