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Hace (74) meses
La lealtad de Felipe Ángeles
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Historias /Juan Manuel Menes Llaguno

 

El pasado viernes 9 de febrero se conmemoró en México el centésimo quinto aniversario del Día de la Lealtad del Ejército Mexicano, fecha en la que el presidente Madero, acompañado de un puñado de cadetes del Heroico Colegio Militar, se trasladó del Castillo de Chapultepec a Palacio Nacional; la confianza de Madero en aquel grupo de militares en ciernes sólo es comparada con la que el “apóstol de la democracia” demostró, en aquellos días, hacia el hidalguense Felipe Ángeles, a la sazón director con licencia de aquel plantel.

¿Quién fue Felipe Ángeles Ramírez?, sus biógrafos señalan que nació en la cabecera del municipio de Zacualtipán, ubicado en la sierra hidalguense, el 13 de junio de 1868, hijo del coronel Felipe Ángeles Melo –héroe de la República durante la Intervención Francesa– y Juana Ramírez. Pasó su infancia entre Huejutla y Molango, esta última, la tierra de su padre. A fin de continuar sus estudios se trasladó a Pachuca, donde se matriculó en el entonces Instituto Literario y Escuela de Artes y Oficios –hoy Universidad Autónoma de Hidalgo– posteriormente pasó al Colegio Militar, sitio en el que se destacó como uno de sus más brillantes alumnos.

Fue Ángeles un hombre de inteligencia excepcional y amplia cultura, condiciones que son ampliamente destacadas por todos sus biógrafos, quienes le consideran como el más brillante artillero en la historia militar de México. El respeto y admiración que le tributaron quienes desfilaron por las aulas del Colegio Militar fueron factores determinantes para que, al despuntar el año de 1912, el presidente Madero le designara director de aquel plantel, cargo del que se separó temporalmente a mediados de aquel año, al serle confiada por el presidente la negociación de paz con los zapatistas, por cuyo motivo se trasladó a la capital del estado de Morelos.

La mañana del 13 de agosto de 1912, los alumnos del Colegio Militar despidieron contritos en la estación de Buenavista al general Ángeles, su director, quien marchó a efecto de retomar las funestas negociaciones, que había intentado Juvencio Robles Domínguez con los zapatistas sureños. La confianza de Madero en Ángeles, militar de apenas 44 años de edad, se fincó, sin duda, en el gran respeto que le prodigaban cadetes, oficiales y tropa, quienes le consideran hombre congruente entre el pensar y el actuar.

Lo anterior explica porqué al ser informado Madero del golpe militar, encabezado por los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, decidió de manera temeraria trasladarse a Cuernavaca en su automóvil, acompañado por unos cuantos hombres, a efecto de pedir el auxilio del ya para entonces general de Brigada Felipe Ángeles, con quien regresó al día siguiente a la Ciudad de México.
En Xochimilco, Madero y Ángeles fueron recibidos por el general Ángel García Peña –secretario de Guerra– quien se hizo cargo de las tropas leales en tanto que el presidente nombraba a Felipe Ángeles como jefe de su Estado Mayor, ya que era el único en quien en verdad confiaba. Para desgracia de Madero, Ángeles no podía hacerse cargo de la situación en razón de que era general brigadier y no podía dar órdenes a militares de más alto rango como el divisionario Lauro Villar, y más tarde al propio Victoriano Huerta.

El 19 de febrero de aquel tristemente célebre año de 1913, con argucias, son aprendidos el presidente Madero, el vicepresidente José María Pino Suárez y el general Felipe Ángeles; los dos primeros serían arteramente asesinados el día 22, en tanto, Ángeles, que era apreciado por diversos militares, sería enviado al exilio pretextando una comisión en Europa. Ángeles Ramírez regresó a México en agosto de 1913, fecha a partir de la cual se convirtió en uno de los más acérrimos enemigos del gobierno usurpador.

Martín Luis Guzmán, que conoció y trató a Ángeles, señala que “… era el militar por antonomasia, forjado en las lides de la lealtad y la fidelidad hacia las instituciones, incapaz de ordenar nada que no tuviera relación directa con la lógica o fuese contrario a la más elemental ética castrense… pero en aquellos aciagos días revolucionarios, su espíritu patriota encontró en la defensa de los humildes y desposeídos el mayor objetivo de su filosofía personal, alimentada con los fines que habían dado razón de ser al movimiento constitucionalista…” Al reincorporarse a la Revolución en octubre de 1913, Carranza le designó secretario de Guerra, lo que despertó envidias de parte del grupo de generales constitucionalistas, entre ellos Obregón, por lo que fue ratificado solo como subsecretario; más tarde, el primer jefe de la Revolución le envió para apoyar a Francisco Villa, con quien conquista la victoria más importante para la Revolución en Zacatecas.

Su espíritu esteta y su particular inteligencia le llevaron a concebir verdaderos apotegmas de la conducta militar, así, escribió: “…el militar se forja en la disciplina de la obediencia razonada, no en la de la sumisión ignara; el soldado defiende a las instituciones, pero sobre todo ofrece su vida por las mejores causas de la nación; el militar es gobierno sin dejar de ser pueblo, es un medio sin dejar de ser quien coadyuve a los fines de la patria.”

Hoy que la Ley de Seguridad Interior, recién aprobada, ha puesto en tela de juicio el papel del Ejercito Mexicano en el desarrollo de la política anticriminal, hoy que se impugnan las medidas que deben dar orientación y cauce a las acciones militares en la encomienda de luchar contra la delincuencia organizada –y extraordinariamente bien armada– resulta fundamental recordar la imagen, pero ante todo, la conducta de este pundonoroso militar hidalguense, que es considerada como modelo de lealtad a las instituciones, sobre todo en este mes, en el que se celebra la lealtad del Ejército Mexicano.

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