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Hace (73) meses
Un mundo amenazado
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El terremoto dejó sin casa ni servicios a miles de capitalinos y los fondos de reconstrucción no se han destinado a las causas para las que estaban previstos. Cada vez son más las colonias que carecen de agua. En medio de esta zozobra, el recibo de luz es una señal de alarma. Aunque el gobierno de Peña Nieto prometió que la reforma energética bajaría los gastos de los contribuyentes, la boleta dice: “¡Cuidado! Que no te sorprendan con los correos que ofrecen que pagues la luz en línea con un descuento. CFE NUNCA ofrece descuentos en el pago de tu recibo de luz”.
¿Es mucho pedirles a los señores de la electricidad que por lo menos nos hablen de usted? Con la confianza de una amistad que nadie les otorgó, nos tutean para anunciar que NUNCA habrá rebajas. ¡Qué mala onda!
Es un botón de muestra de lo que estamos viviendo. La recolección de basura, que nunca ha sido ejemplar, influye en las campañas electorales. Los desperdicios no sólo se amontonan en las calles sino en las componendas de todos los partidos, a tal grado que no estaría mal dividir a los aspirantes al Senado y la Cámara de Diputados en las emblemáticas categorías de Basura Orgánica y Basura Inorgánica (los primeros representarían a los que siempre han estado en ese partido y los segundos a quienes llegan desde plataformas supuestamente enemigas).
Tenemos problemas con el agua, la luz y la basura, pero además suena la alarma sísmica. No se puede negar la utilidad de un recurso que asusta antes de la tragedia y permite salir a la calle más o menos vestido. Sin embargo, tengo la impresión de que a la alarma le ha pasado lo mismo que a nosotros. Hasta el terremoto de 1985, muchos chilangos incluso disfrutábamos la sacudida que nos sacaba de la monotonía. A partir de entonces, instalamos un sismógrafo en nuestro sistema nervioso. Pues bien: la alarma se ha vuelto tan asustadiza como nosotros. Suena a las tres de la mañana, los perros ladran, los gatos saltan a un árbol, la abuela se santigua y se dispone a morir en la mecedora, los niños festejan que no habrá clases y luego no se siente nada o no se siente otra cosa que la taquicardia que nos hizo descender seis pisos, ignorando la recomendación de que a partir del cuarto piso más vale no bajar.
Si un desconocido se acerca a tu coche sientes lo mismo que cuando suena la alarma sísmica: no necesariamente se trata de una amenaza, pero el miedo domina tu organismo.
Y pese a todo, la vida continúa. Pero incluso las buenas noticias se vuelven sospechosas. Mi amigo César Andreu llamó para alertarme de la presentación de Luis Miguel en el Auditorio Nacional. Como es sabido, El Sol regresó a los escenarios el 21 de febrero, luego de tres años de ausencia y cancelaciones que pusieron en riesgo su carrera. Recuperado por completo, cautivó con su carisma escénico, su bronceado perfecto y su inigualable voz. Hasta aquí, todo bien. Pero César Andreu es capaz de establecer conexiones entre los acontecimientos más dispersos para confirmar que el cosmos la trae contra nosotros. “¿No te parece sospechoso que El Sol regrese a la ciudad la noche en la que una devastadora tormenta solar llegará a la Tierra?”, me preguntó. Hasta ese momento yo ignoraba que además de las campañas electorales tendríamos que preocuparnos de exabruptos solares. César me explicó que National Geographic, la NASA, la BBC y otras potestades del saber anunciaban que a partir de las 0:30 horas del 22 de febrero, los rayos cósmicos pasarían muy cerca del planeta. Había que apagar las computadoras, las tablets y los celulares y alejarlos de nosotros para evitar que causaran daños irreparables en el organismo. “¿Y Luis Miguel qué tiene que ver?”, pregunté. “¡¿No te das cuenta?!, El Sol regresa cuando deberíamos desconfiar del sol. Hay un designio en eso”.
No quise saber de quién o de qué era el designio. Hacia la medianoche oí “Contigo en la distancia”, interpretada por Luis Miguel, y me olvidé del otro sol.
El 22 de febrero escribí este artículo que acaso dé la razón a César. Falta el agua, la luz es cara, sobra la basura y suena la alarma sísmica. Eso nos pasa por chilangos. Para colmo, además somos terrícolas: las tormentas solares nos agarran desprevenidos y afectan nuestra mente.

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