Del miedo y coraje en el supremacismo
 
Hace (92) meses
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Estados Unidos, como todo imperio, es un crisol de todo y de todos los terrícolas que llegaron a ese país en búsqueda de oportunidades, riquezas y aventuras sin fin. Estados Unidos, por ello, aglutina todas las virtudes y todos los defectos humanos. Es un enorme caldero multicultural de donde surge un hombre como Donald Trump, multimillonario que no ha escondido sus sentires ni sus pensares en su agresivo discurso de la realidad que priva entre gruesas capas de la población estadunidense; ésa, que nada entre el acero y el hormigón de sus atestadas ciudades sin más expectativas en sus vidas que los grandes aparadores comerciales y la saturación publicitaria que la induce al consumismo, a la pretensión de un mundo que se desbarata de manera paulatina.
Trump, desde luego, ha exagerado las culpas de esa realidad que viven millones de estadunidenses en su propia tierra de ilusión. Pero dentro de todos los responsables a los que él atribuye los grandes problemas que desde los últimos años viven los gringos, no pueden quedar fuera los sedicentes políticos que han administrado mal los recursos y las potencialidades del país en lo interno y en lo externo.
Desde los tiempos de Ronald Reagan, Estados Unidos pegó el grito de triunfo de un esquema económico financierista implantado en el propio país y en otros países extranjeros como el enorme pastel que derramaría sus dulces bienes sobre el mundo. Al cabo de los años, el pastelote se ha quedado y agrandado en las cúpulas del poder financiero y ha exacerbado la pobreza en el llamado mundo occidental, donde nomás los chicharrones de las elites europeas y estadunidenses siguen tronando.
La expulsión de miles de trabajadores inmigrantes sin papeles de Estados Unidos obedece a una realidad que ni Barack Obama ni otros políticos del vecino país han reconocido que es, ni más ni menos, una crisis económica que arrastran desde aquella época y que nadie ha podido ponerle freno, pese a las algaradas de que el gobierno de Estados Unidos va por el camino correcto. A esto se sumaron los grandes emporios industriales que buscaron en otros países mano de obra barata, exención fiscal y otras prebendas para la acumulación de sus fortunas, ya bastante gordas.
Donald Trump no hizo otra cosa que poner su discurso en las llagas que padecen grandes capas de la población estadunidense. De aquí que haya avanzado sin válidos obstáculos en su carrera por la presidencia de su país, además de forzar con hechos contundentes que él, y ningún otro, sería el candidato presidencial republicano.
Analistas, opinadores, rivales, enemigos del magnate inmobiliario y medios informativos del vecino país han dicho contra Trump todo lo que han querido. Incluso que es un “peligro para Estados Unidos” (calificativo bien conocemos en México), pero esto es algo con lo que inició la carrera presidencial de Trump y nada lo contuvo.
Como se aprecia, será difícil que Donald Trump sea derrotado ya en la justa contra la demócrata Hillary Clinton, candidata que ha sido dañada por su pasado reciente en el Departamento de Estado con el presidente Barack Obama.
Sí, asoma Con Donald Trump el supremacismo de Estados Unidos. Sí, pero éste siempre ha estado ahí y asomó radiante con los presidentes republicanos Bush (padre e hijo), con William Clinton en la Casa Blanca y hasta con el afroestadunidense presidente Barack Obama. El supremacismo es parte de la genética de ese país.

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