Don Luterito ha ido de su rancho a la ciudad. Lo llevan tres motivos: visitar al Señor de la Capilla para pedirle una buena cosecha el próximo año; comprar el mandado del mes, y el tercero -no diré que el principal-, ir con las pintadas. Así llama él a las mujeres de la zona roja.
Ha escogido ahí a una muchacha en flor de edad y de muy buenas carnes. Con ella va al cuartucho donde la mujer ejerce su mester de mancebía. La prostituta tiene ahí un pequeño altar con vírgenes y santos. Los voltea hacia la pared a fin de que no ven lo ahí va a suceder, y se persigna devotamente antes de empezar a trabajar.
Y sucedió que con don Luterito aquello no fue trabajo, sino ejercicio deleitoso. El hombre es recio y trae consigo ahorros de meses, pues con su esposa ya nada de nada. Así, a poco de empezar el ejercicio la mujer está jadeando y lanzando gritos de placer. Llega al éxtasis en la ocasión primera, y otra vez en la segunda y la tercera. Ningún galán joven la había hecho sentir eso.
Termina la ocasión y don Luterito le pregunta a la mujer cuánto le debe.
-Son 10 pesos -le dice ella-.
-Te voy a dar 5 -responde el vejancón-. Tú también traías ganitas.
¡Hasta mañana!…
“A un hombre le inyectaron glándulas de mono”
Al modo de los primates
la esposa de ese señor
para que le haga el amor
debe darle cacahuates.