Llega el viajero a Copenhagen y visita el cementerio donde está sepultado Andersen, el gran creador de cuentos para niños.
Ha nevado profusamente. Los encargados del panteón abrieron un sendero en la nieve que va desde la puerta hasta la tumba de Hans Christian. Por esa senda va el viajero, igual que otros visitantes, a dejar un pequeño ramo de flores sobre la lápida del narrador de cuentos.
En ese mismo cementerio está enterrado Kierkegaard, el destacado filósofo existencialista. Ningún sendero lleva hasta su tumba, que se ve sin flores, sola.
El viajero no sabe qué pensar. ¿Acaso escribir cuentos vale más que hacer filosofía? ¿Por qué el que escribió para la gente común es más amado que el que escribió para los sabios?
No lo sabe el viajero. Él no es sabio. Quizá por eso visitó con gratitud la tumba de Andersen, y sólo miró de lejos la de Kierkegaard.
¡Hasta mañana!…
“Se desplomó un globo aerostático”
Supo eso un tipo artero
de muy bajo proceder
y le dijo a su mujer:
“Sube tú; yo aquí te espero”.