El Maestro de Saltillo
 
Hace (98) meses
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Lord Feebledick regresó de la cacería de la zorra y encontró a su mujer, lady Loosebloomers, en consorcio de fornicación con Wellh Ung, el encargado de la cría de faisanes. El mitrado marido esgrimió un rifle. “¡No dispare, milord! -clamó el mancebo poniéndose de pie-. ¡Deme una oportunidad!”. “Está bien -accedió el gentleman, magnánimo-. Te daré una oportunidad. Balancéalos”. El maestro le dijo a Pepito: “Veo que tus tareas han mejorado”. Explicó el chiquillo: “Es que mi papá anda de viaje”. Me alegró mucho saber que el próximo encuentro nacional de criadores de reses bravas tendrá lugar en Saltillo. Mi ciudad es dueña de una honda tradición taurina. El lidiador más grande que en la fiesta de toros ha existido es don Fermín Espinoza, Armillita, saltillense. A la bella y riesgosa suerte de capa que inventó le puso por nombre “la saltillera”, y él mismo fue llamado “El Maestro de Saltillo”. Criar toros de lidia es una bella locura. Quien se dedica a eso lo hace sólo por amor al arte. En este caso la manida frase cobra pleno sentido de verdad. Al ganadero no lo mueve el afán de lucro -nunca lo hay- ni de notoriedad, pues la fama es siempre para los toreros. Es el apego a la tradición, el orgullo de un linaje, el rico acervo de arte y folclor que acompaña a la torería lo que lleva a alguien a poner sus recursos y su vida al servicio de una fiesta que en nuestros tiempos es hostilizada por incomprendida. Sin embargo el lleno hasta las banderas en la Plaza México el domingo 31 de enero es seña clara, como dijo el sapiente Heriberto Murrieta, de que la fiesta nunca desaparecerá. Volviendo a los ganaderos, convocados ahora por Armando Guadiana Tijerina, no será esta la primera vez que se reúnen en Saltillo. Hace algunos años hablé ante ellos en mi ciudad por invitación de aquel inolvidable caballero que fue don Baldomero Garza. Antes había participado yo en un festejo de beneficencia en el cortijo de su ganadería, Garza Leal, en Pesquería, Nuevo León. Aficionado práctico muy poco práctico, salí al ruedo al lado de don Arnulfo Canales, él sí gran conocedor, y del extraordinario Eloy Cavazos. Con el diestro de Guadalupe tuve el honor y la suerte de hacer la suerte que se llama torear al alimón, esto es usar dos lidiadores un solo capote y, tomándolo cada uno por un extremo, hacer pasar al toro una y otra vez por abajo de él. Estaba ahí Gerardo Valdés, entonces brillante cronista taurino de El Norte, ahora excelente pintor, y publicó la reseña de esa tarde con el título: “Eloy Cavazos alterna con Catón”. En ese tiempo tenía yo cuerpo de torero; ahora lo tengo de picador. Como se ve he hecho de todo; quizá por eso nunca he hecho nada. Cuando los ganaderos estuvieron en Saltillo aquella vez les hablé acerca de la música, la pintura y la poesía en los toros. Fue mi homenaje de reconocimiento a esos hombres -también hay mujeres criadoras de reses bravas- que a costa de innumerables sacrificios hacen llegar a los cosos a Su Majestad el toro. Ahora y desde ahora les doy otra vez la bienvenida a mi ciudad y les deseo el mejor de los éxitos en sus trabajos. Sólo espero que ningún factor político, viniere de quien viniere, contamine esa reunión, que debe ser una pura fiesta de tauromaquia, una fiesta de pura tauromaquia. Enhorabuena. La mujer entró con paso presuroso en la farmacia y sin más ni más le pidió al farmacéutico medio kilo de arsénico y un litro de cianuro. Le dijo, inquieto, el de la farmacia: “No pudo venderle eso señora: tanto el arsénico como el cianuro son sustancias prohibidas”. Declaró la mujer: “Quiero esos tósigos para matar a mi marido”. El farmacéutico, asustado, respondió: “Sabiendo de sus intenciones criminosas menos aún le puedo vender tales venenos”. Manifestó ella: “Es que mi esposo me está engañando con otra mujer. Usted la conoce. Mire”. Y le mostró al boticario una fotografía. El hombre, consternado, vio que la mujer a la que se refería la señora era su esposa. “Disculpe -le dijo entonces al tiempo que le entregaba el cianuro y el arsénico-. Ignoraba que trajera usted una receta”. FIN.

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