El Moreirato
 
Hace (87) meses
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Ayer comí con un querido amigo en un restorán de mi ciudad, Saltillo. Hablamos, claro de política, y muy especialmente de política local, pues en Coahuila se elegirá gobernador este año. Me dijo mi amigo: “Tú sabes bien que siempre he sido priista. Lo he sido por tradición -mi padre también lo fue- y por convicción. Pues bien: en esa elección, por primera vez en mi vida, voy a votar por el PAN”. Mi amigo es uno de los cientos de miles de coahuilenses que quieren que acabe ya la dominación del régimen llamado moreirato, el cual ha detentado el poder durante 12 años y amenaza con mantenerlo otros seis por medio de interpósita persona, el que será candidato del PRI, Miguel Riquelme, a quien sus conterráneos laguneros llaman el M-3, el Moreira 3. La mayor esperanza de ese cambio reside en el PAN, pero sólo si se mantiene unido frente a un PRI debilitado por pugnas internas y por el malestar de priistas destacados que aspiraron a la candidatura y fueron eliminados burdamente para dar paso al candidato moreirista. De cara a la próxima elección los precandidatos panistas han de mantenerse firmemente unidos. Cualquier ambición personal deben supeditarla al bien de los coahuilenses. Quien atente contra esa unidad estará atentando contra Coahuila. Murió una pulguita después de una vida de sufrimiento y privaciones. Fue pulga de perro callejero; sufrió hambre, frío y toda suerte de penalidades. Se vio ante la presencia de San Pedro, el apóstol de las llaves. El celoso guardián de la mansión celeste leyó con atención el expediente de la pulguita y le dijo luego: “Fuiste una buena pulga. No merecías la fatigosa vida de ayunos y mortificaciones que viviste. Te enviaré de nuevo al mundo para que goces una existencia mejor. Dime: ¿a dónde quieres ir allá en la Tierra?”. Respondió la pulguita: “Me gustaría ser pulga de perro rico”. El buen apóstol obsequió su deseo, y la pulga se vio de pronto en el pelamen de un finísimo ejemplar de poodle, orgullo y gozo de su dueña, una dama de sociedad que cifraba en el animalito su más grande amor. A los pocos días, sin embargo, la pulguita se presentó de nuevo ante San Pedro y le dijo que no estaba a gusto con su nueva vida. Explicó que la encargada del poodle lo bañaba con jabones caros; le espolvoreaba talcos aromáticos; lo rociaba con esencias y perfumes que para la pulguita tenían tufo de hedentina. Además vivía en continua zozobra, temerosa de ser descubierta por el veterinario que cada tercer día examinaba al gozque. “Ponme mejor en algún hombre” -le pidió al portero celestial. Accedió éste a la solicitud de la pulguita, y la hizo estar en el vellido bigote de un sujeto. Tampoco ahí encontró ella la felicidad: el mostacho del individuo olía a tabaco, a fiambres trasnochados, a licor. “¿A dónde, entonces, quieres ir?” -le preguntó San Pedro, algo molesto ya. “Ponme en una mujer” -pidió la pulga. En una hermosa joven la colocó el apóstol. Pero al cabo de unos días otra vez se le presentó la pulguita. “¿Ahora qué?” -le preguntó, impaciente, el portero-. ¿Tampoco en la mujer te hallaste bien?”. “Ahí era feliz -respondió la pulguita-. Vivía en su entrepierna, campo de dorada mies, blancura marfilina, tibieza acogedora y suavidad de seda. Aquello era un paraíso”. “Y entonces -se extrañó San Pedro- ¿a qué vienes ahora?”. “A que me pongas ahí de nuevo -pidió suplicante la pulguita-. Es que de pronto me hallé otra vez en el bigote del sujeto”. (No le entendí). . Ah, qué bien lo expresó Dante cuando dijo: “Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria”. No hay dolor más grande que recordar el tiempo feliz en la tristeza. (Infierno, Canto 5).  FIN.

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