El nombre de la cosa
 
Hace (98) meses
 · 
Compartir:

“¿Qué hay en un nombre?”, preguntó Shakespeare. El miércoles 20 de enero de 2016 pasará a la historia como el día en que el Distrito Federal se convirtió en Ciudad de México. ¿El cambio de nomenclatura modifica el objeto que define? Borges se ocupó de este enigma en su poema “El Golem”:

 

Si (como afirma el griego en el Cratilo)

El nombre es arquetipo de la cosa,

En las letras de rosa está la rosa

Y todo el Nilo en la palabra Nilo

 

Durante décadas fuimos capaces de cobrarle afecto a una expresión abstracta, que definía el territorio en plan jurídico: “Distrito Federal”. Usábamos la expresión como las prendas o los accesorios que no determinan el aspecto de una persona. Nadie se distingue por una bufanda o un paraguas; quien los lleva dice menos de sí mismo que del clima.

El Distrito Federal era una región con atmósfera diferente. Hasta 1997 no tuvo un gobierno electo y sólo ahora se ha convertido en el estado 32 de la República.

Con los años, los cambios de nomenclatura revelan la edad de las personas. Si alguien dice “Eje Central” demuestra ser más joven que quien dice “San Juan de Letrán”. De ahora en adelante, quien diga “Distrito Federal” mostrará que viene de una era anterior. En términos lingüísticos, varias generaciones acaban de dar el “viejazo”. Decir “DF” será como estar calvo de repente.

El nuevo nombre se ajusta al modo en que nombramos a la capital desde hace mucho. Los gramáticos preferían escribir “ciudad de México”, con rigurosa minúscula en la palabra “ciudad”, pues no se trataba de un nombre propio sino de un apodo. Aunque numerosas publicaciones ya usaban la mayúscula, resultaba entrañable que un vasto confín, cuya cantidad de habitantes se confunde en las diversas estadísticas, fuera nombrada en letra pequeña. El monstruo parece menos amenazante si le ponemos un apodo.

Pero hay momentos en que incluso un país como México debe ajustarse a la realidad. De tanto decir “ciudad de México” o simplemente “México”, el imaginario colectivo entendió que “Distrito Federal” no era un nombre exacto, al igual que “DF” o el mote, entre injurioso y celebratorio, de “Defectuoso”. Si en la palabra “rosa” está la rosa, en la manera de aludir a nuestro laberinto ya cristalizaba un arquetipo: la Ciudad de México.

El reiterado apodo que hoy define nuestro espacio representa, como la mayoría de las voces del lenguaje, un triunfo de la costumbre sobre la argumentación. Las palabras dependen del uso, no de la filosofía del lenguaje, dedicada a analizar el sentido de ese uso.

México tiene muchas ciudades, acaso más de las aconsejables, pero sólo una es la Ciudad. Si nos ponemos analíticos, el nombre es centralista y colonial, pues ya Cortés le decía así, pero los años y la gente han creado normativa. Cuando alguien de Hidalgo dice “voy a México”, sabemos que está en el país que así se llama y va a la ciudad a la que así le dicen.

El lenguaje es una convención arbitraria y la capital normalizó su nombre como “Ciudad de México”. Pero sus rasgos son tantos y tan cambiantes que nunca acabaremos de decirla. Puede ser Tenochtitlan o Chilangópolis. Hay geografías del alma, ajenas a las limitaciones del espacio. Según reza el dicho, más allá de los confines de esta urbe “todo es Cuautitlán”. Voraz y autocontenida, la capital no se piensa a sí misma en relación con otros sitios y busca incesantes formas de expresarse. Lo que queda fuera pertenece a una Siberia de la mente, el espacio exterior donde nadie puede oír tu grito.

Aunque el nuevo nombre es más sensato, nuestra vida en común seguirá siendo misteriosa. Nadie piensa que al ir a Ciudad Satélite vaya a la provincia. Esa parte del Estado de México es para nosotros una franja del “Gran Anexas”, la región donde, asombrosamente, los barrios siguen existiendo.

En forma paradójica, la “ciudad” de México es ahora más grande que la “Ciudad” del mismo nombre, pues incluye a la zona conurbada. El apodo representa a la capital más la periferia.

Nuestros diminutivos sirven para alargar las cosas. Si alguien dice “ahorita”, significa que tardará más que si dice “ahora”. En forma equivalente, la ciudad con minúscula es más extensa que la Ciudad con mayúscula.

En este lugar del cariño y el capricho, los nombres propios nunca le ganarán a los apodos.

 

Compartir:
Etiquetas:
Relacionados
title
Hace 4 minutos
title
Hace 9 minutos
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad