El PRI como pararrayos
 
Hace (95) meses
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A nadie le extraña la hostilidad con la que el gobierno priista ha reaccionado a la causa anticorrupción. Es natural: se siente amenazado. En el 2012 no regresó cualquier PRI a Los Pinos. Llegó a la Presidencia el PRI del Estado de México, se impuso la escuela política de Carlos Hank González. El discurso con el que se presentó fue, por supuesto, el de modernización. Había que reformar con eficacia las leyes que nos ataban al pasado. Su entendimiento de la política, sin embargo, es el más arcaico: la política al servicio del negocio (personal).
De ahí que la lucha contra la corrupción sea para este gobierno, simulación. La Casa Blanca es el mejor ejemplo de su política. Lo es no solamente por lo que se hizo sino por la forma en que se encubrió lo que se hizo. El presidente Peña Nieto pudo nombrar a un amigo suyo, a un miembro de su propio partido, para que lo investigara, instruyéndolo públicamente a que lo exonerara. Así de grotesco fue. Para encarar la crisis de confianza, el Presidente mostró sus reflejos: ordenarle alabanza a un dependiente. El funcionario cumplió ejemplarmente la encomienda. Mi jefe, le dijo a la nación, no ha cometido falta alguna. Ante la indignación por el beneficio que recibió de un contratista al servicio de su gobierno, el gobierno no pudo más que fingir una pesquisa y, al hacerlo, terminó de pervertir las precarias instituciones que velan por la probidad del servicio público. Por eso resulta risible cualquier declaración del gobierno peñista a favor de la transparencia, la rendición de cuentas y la lucha contra la corrupción. Se trata, visiblemente, del enemigo de las iniciativas que pueden construir un Sistema Nacional Anticorrupción. Lo es por su incapacidad de definir una posición clara frente a las iniciativas que se discuten en el Senado, por la improvisación con la que actúa en las sesiones legislativas, por su empeño en posponer la decisión. Transparentar ingresos, recursos y vínculos económicos parece inaceptable para este gobierno. Constituir instituciones autónomas y con poder de investigación y de castigo es, para los atlacomulcos, un riesgo demasiado alto.
Lo que he dicho es, desde luego, una obviedad. Quiero decir otra cosa: esa actitud abiertamente opuesta a la rendición de cuentas es servicio a sus oposiciones, tan enredadas en la corrupción como el priismo. Los priistas dan en público la batalla que sus oposiciones dan en privado para preservar el régimen de la opacidad. Tiene razón Jorge Castañeda al advertir que el enemigo del nuevo régimen anticorrupción no es el PRI sino la partidocracia. Los tres partidos de la transición son cómplices de la corrupción y son, por lo tanto, los primeros interesados en la preservación de la opacidad. Los priistas muestran en público su hostilidad a la reforma pero muchos panistas y una buena parte de los políticos que siguen en el PRD, la expresan en privado. Celebran que la batalla la den otros, con tal de que la reforma no altere sus beneficios. Morena, confiando en la redención que vendrá con la llegada del Purísimo, es también enemigo de cualquier reforma institucional. Ya sabemos que, a su juicio, cualquier cosa que no provenga de su iniciativa es una farsa.
Vale detenerse en Acción Nacional. El dirigente del PAN, ese locutor de anuncios publicitarios en radio y televisión que se presenta como paladín de la decencia, no ha dado en su partido la batalla por la causa que promueve su propaganda. Sabe bien que en el PAN hay fuertes enemigos del sistema anticorrupción pero prefiere no hablar de ello en sus promocionales (los únicos espacios en donde llega aparecer en público). En su siguiente grabación repetirá seguramente la misma tonada: los priistas son los enemigos de nuestra cruzada contra la corrupción.
Los medios y algunas organizaciones de la sociedad civil se prestan al juego. Siguen contándonos el cuento de que hay un perverso que bloquea iniciativas nobles, mientras sus oposiciones abrazan las causas dignas. Si ese maniqueísmo era absurdo hace veinte años, ahora es francamente ridículo. El PRI es el pararrayos que recibe las descargas de indignación colectiva. La corrupción, que fue la base de la hegemonía priista, sigue siendo el fundamento del pluralismo.

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