Fidel, 90 años
 
Hace (92) meses
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Fidel Castro acaba de cumplir 90 años. Encabezó una revolución, que en el lenguaje de la época era democrática, nacionalista, antiimperialista y justiciera, y que suscitó la solidaridad y el entusiasmo de propios y extraños, y acabó presidiendo un sistema más que autoritario. El programa del Movimiento 26 de Julio, nos recuerda Rafael Rojas en su Historia mínima de la Revolución Cubana (El Colegio de México, 2015), planteaba el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista para restablecer las rutinas democráticas de la Constitución de 1940, que debían ser acompañadas de una serie de transformaciones sociales como “la reforma agraria o el reforzamiento de la independencia económica y la nacionalización de las compañías de servicios públicos”.
El contexto de la Revolución, sin embargo, tuvo un fuerte impacto en su transcurso. El mundo bipolar construido por la Guerra Fría, el intento por derrocar al gobierno con la invasión de Bahía de Cochinos auspiciada por la CIA, la expulsión de la OEA con la intención de aislar a la Isla, influyeron en el alineamiento de Cuba con el bloque soviético encabezado por la URSS. Y luego de una breve etapa en la que se estimuló el debate político, la creación artística y una cierta expresión de la diversidad ideológica que contenía el movimiento revolucionario, se optó por una fórmula de organización política que seguía las pautas soviéticas.
Por supuesto que el contexto y la dinámica del enfrentamiento con los sucesivos gobiernos de Estados Unidos pueden explicar mucho de la deriva cubana. Pero esa explicación será incompleta si no se hace referencia a las convicciones que se acabaron por imponer en el liderazgo de la Revolución. Se trató de un ideario que dejó a un lado las preocupaciones democráticas, en aras de alcanzar objetivos de justicia social y soberanía nacional (por cierto, también sacrificada durante largas décadas por la mecánica del mundo bipolar). El 28 de julio de 1957, desde la Sierra Maestra, Fidel, junto con Raúl Chibás -hermano del líder “ortodoxo”- y el economista Felipe Pozos, dan a conocer la Carta de la Sierra, en la que se podía leer: “¿Es que los rebeldes de la Sierra Maestra no queremos elecciones libres, un régimen democrático, un gobierno constitucional? Porque nos privaron de esos derechos hemos estado luchando desde el 10 de marzo de 1952 (fecha del golpe de Estado de Batista). Por desearlos más que nadie estamos aquí”. (Rafael Rojas. Op. Cit.).
¿Cómo se arribó entonces a un sistema sin elecciones, de partido único, sin prensa ni medios libres, sin derechos para las minorías, sin oposición reconocida y legitimada, sin organizaciones sociales no alineadas al poder, en una palabra a un régimen autoritario? La idea de que había que mantener en suspenso esos derechos por el acoso externo puede ser algo más que una excusa durante los primeros años, pero su pervivencia tiene que ver con la convicción de que los mismos no son más que parte de la parafernalia innecesaria y engañosa del capitalismo; y por ello no son reconocidos y asimilados como lo que realmente son: avances civilizatorios sin los cuales lo que se construye son sistemas opresivos, censores de la diversidad que de manera natural existe en la sociedad.
La idea de que el pueblo es uno, sus intereses monolíticos, sus necesidades y expectativas iguales y que una sola ideología, una sola organización, e incluso una sola persona puede encarnar y expresar esas aspiraciones, generando un lazo de representación mecánico y directo (es decir, sin mediaciones ni contrapesos) entre el líder y la “masa”, es quizá la creencia o la fantasía que ha servido como cemento a un régimen anti pluralista y vertical que terminó por suprimir todas las libertades individuales: de expresión, prensa, organización, manifestación, representación.
Cuba avanzó en términos de equidad social sacrificando las libertades. La experiencia post soviética de Rusia -por ejemplo- ilustra que se pueden recuperar libertades generando desigualdades abismales. Por ello, porque no se trata de optar entre los dos valores fundamentales de la modernidad, parece sensato tratar de conjugar uno con el otro: equidad social en un marco democrático. “Ni libertad sin pan, ni pan sin libertad”, como algún día dijo -y quizá olvidó- Fidel.

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