Fronteras
 
Hace (93) meses
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Gloria Anzaldúa, pionera de los estudios feministas y de género en la comunidad chicana, se refería a la frontera como a una cicatriz. Algo dramático sucede para que la tierra se separe en países diferentes.
Hay fronteras adormecidas, que apenas se advierten, siguen el curso de un río o una cañada y comunican países de idéntica prosperidad, como Holanda y Alemania. Ahí, las garitas son lugares de trámite y se cruzan en bicicleta.
En Remember, la más reciente película de Atom Egoyan, un anciano que padece demencia senil viaja en autobús de Estados Unidos a Canadá para asesinar a una persona. Al llegar a la frontera, esconde una pistola en su asiento y desciende para mostrar sus documentos. Ignora que su pasaporte ha caducado; con toda calma, el guardia aduanal le pide su licencia de manejo. El protagonista la muestra y puede pasar. Mientras tanto, el autobús aguarda sin que nadie lo revise. Un asesino cruza con más facilidad a Canadá que un trabajador a Estados Unidos.
La situación cambia cuando la frontera es una herida abierta. El cuentista israelí Etgar Keret nació durante la guerra de 1967, ingresó al colegio en la de 1973 y a la preparatoria en la del Líbano. Su mejor amigo se suicidó en el servicio militar y murió en sus brazos, lo cual lo llevó a escribir su primer relato. A pesar de estas convulsas circunstancias, se siente privilegiado. La generación de sus abuelos murió en campos de exterminio y la de sus padres no pudo crecer en el país donde nació. Junto con David Grossman, que perdió un hijo en combate, y Amos Oz, Keret pertenece a los escritores que defienden los derechos de los palestinos a convivir con Israel.
No le ha sido fácil sostener esta postura, ni siquiera en su propia casa. Después de un ataque de misiles, su pequeño hijo le comentó que estaba preparando una bomba con sus amigos para lanzarla a los palestinos. Keret está casado con Shira Geffen, actriz y directora de cine que en 2014 hizo Self Made, película sobre un artista israelí y un vendedor palestino que cambian identidades cuando sus papeles se confunden en un puesto fronterizo. No es difícil imaginar el azoro con que el matrimonio escuchó a su hijo hablar de un ataque infantil contra el presunto enemigo. Etgar y Shira trataron de explicar la indignación de los palestinos por tener puestos de control en su propio territorio. “No creo que un chekpoint sea suficiente para que lancen misiles”, dijo el niño. Entonces los padres decidieron crear un checkpoint dentro de la casa: para pasar del cuarto al baño o a la cocina, el hijo debía someterse a un careo y responder preguntas. Así comprendió lo insoportable que es vivir con una aduana de por medio.
De 1981 a 1984 viví en Berlín Oriental. El Muro circundaba la parte Occidental de la ciudad como una afrenta irracional. De acuerdo con la retórica del Partido Socialista Unificado de Alemania, la Segunda Guerra Mundial había concluido con la “liberación” de Berlín. La toma de la ciudad por parte del Ejército Rojo era vista como un acto de rescate. La paradoja es que los alemanes habían sido “liberados” de sí mismos. Igual de absurda era la construcción de concreto que cercaba a los berlineses occidentales. Las torretas de vigilancia, los espejos que revisaban la parte inferior del automóvil, los perros guardianes y los detectores infrarrojos eran menos impresionantes que la parte más despejada del Muro, patrullada por guardias fronterizos que iban de dos en dos, para vigilarse mutuamente. Si descubrían a un fugitivo, debían disparar; si uno de ellos no lo hacía, el otro podía dispararle.
Otras divisiones son más porosas y, por lo tanto, más arriesgadas, pues generan la ilusión de que cruzar es posible. México y Estados Unidos comparten la frontera más atravesada del mundo, lo cual no deriva de un intercambio fluido. En Estados Unidos hay trabajos disponibles para mexicanos y centroamericanos, pero no se les concede permiso oficial para inmigrar. En su búsqueda de empleo, los aspirantes sortean un cruento safari. La patrulla fronteriza y los minutemen custodian la región como si participaran en un juego de tiro al blanco.
Los extranjeros sin documentos son “illegal aliens”, lo cual recuerda el eslogan que promovió la película Alien: “En el espacio, nadie puede oír tu grito”.
En la soledad de Texas o Arizona, los migrantes mueren sin ser oídos.

 

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