Escribo luego del susto de vivir el terremoto de ayer en Ixtapaluca, Estado de México. Nunca, en mi vida, viví una situación similar, pues en Pachuca los sismos apenas si se perciben. Las circunstancias de un día extraño me llevaron a una experiencia inédita para un provinciano: el miedo a la muerte.
El de ayer fue un recordatorio sobre la vida y lo corta que puede ser, y fue un recordatorio de que este país vale por su gente, que salió ayer a las calles a rescatar a otros que quedaron debajo de los escombros de 47 construcciones colapsadas. Y como sucedió hace 32 años, un 19 de septiembre, es la sociedad civil la que se levanta para seguir adelante, la que coordina y la que presta apoyo.

Las devastadoras imágenes que llegaban vía redes sociales y en las televisoras nos deben hacer reflexionar como sociedad, una sociedad lastimada por la corrupción y la impunidad, por los feminicidios, por el crimen organizado. Este sismo es otro recordatorio de que la gente buena somos más, que sumamos más los que queremos un México diferente.
Inoportuno sismo, que no deja a una patria mancillada reponerse del reciente episodio del 7 de septiembre; inoportuno para quienes no salvaron la vida, pero también para quienes creen que la sociedad sigue esperando a que los políticos les digan cómo y dónde hacer las cosas.