Ganar el cielo
 
Hace (97) meses
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En 2004 publiqué la novela El testigo, que trata de un investigador literario que ha vivido en Francia y regresa al México de la alternancia democrática. El protagonista, Julio Valdivieso, indaga un episodio extraviado en la biografía del poeta Ramón López Velarde y entra en contacto con Monteverde, sacerdote de buena formación literaria que ha hecho una peculiar lectura del poeta zacatecano. Con fervor por el detalle y por la sobreinterpretación, Monteverde asegura que López Velarde ha obrado milagros. La prueba está en sus versos y es menester canonizarlo.

Poeta católico, el autor de Zozobra habló de las “funestas dualidades” que lo convertían en pecador y reforzaban su fe. Monteverde lo lee entre líneas y documenta dos “milagros”. Valdivieso, que no es creyente, se convierte en insólito testigo de un posible tercer milagro. Con esta historia quise explorar el misterio de la fe desde la óptica de un escéptico e indagar un acontecimiento histórico soslayado (en su extenso libro sobre las ficciones que se ocupan de los cristeros, Álvaro Ruiz Abreu habla de una “literatura negada”).
La trama de El testigo ocurre en un México donde el futuro parece ir hacia atrás. La alternancia conducida por el PAN se apoya en un ideario que apela a un tiempo anterior a la Revolución Mexicana. Algunos esqueletos salen del armario y heridas mal sanadas vuelven a sangrar. En ese entorno, la Guerra Cristera adquiere novedosa relevancia. La rebelión popular de los años veinte del siglo pasado fue violentamente reprimida y no contó con el respaldo de la jerarquía eclesiástica. Durante décadas, fue una gesta silenciada. La izquierda no simpatizó con un movimiento que encontraba consuelo en la religión y la derecha repudió a quienes creían que Cristo se había ido a luchar a la montaña. En 1997 Jean Meyer publicó La Cristiada y tuvieron que pasar años para que este extraordinario estudio se leyera sin prejuicios.
En El testigo la causa cristera cobra actualidad. Como nuestros sucesos primero ocurren como tragedia y luego como telenovela, Valdivieso recibe la oferta de escribir un culebrón sobre la Guerra Cristera con el título de Por el amor de Dios.
La novela apareció antes de que ciertos gestos cristeros ganaran protagonismo. En 2005 Carlos Abascal, entonces secretario de Gobernación, vulneró la condición del Estado laico al asistir a la ceremonia de beatificación de trece mártires cristeros en el Estadio Jalisco, encabezada por los cardenales José Saravia y Juan Sandoval Íñiguez, y en 2007, para participar en el concurso Miss Universo, la Señorita México usó un “traje regional” con estampas de la Virgen de Guadalupe y motivos cristeros. No faltaron películas ni programas de televisión sobre el tema.
En clave de ficción, El testigo cuenta la historia del Niño de los Gallos, mártir cristero. En tiempos en que el cielo “estaba en oferta”, numerosas familias aceptaron que sus hijos murieran en nombre de Cristo Rey.
Una vez más la realidad ha superado a la novela. Uno de los trece beatificados en el Estadio Jalisco, José Luis Sánchez del Río, conocido como el Niño Cristero, se convertirá en nuevo santo mexicano. En 1928, Sánchez del Río fue apresado y fusilado. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que entonces tenía siete años, fue testigo de su martirio y contribuyó a trazar su hagiografía. Con los años, otras personas asegurarían haber recibido beneficios al rezar por él.
La canonización coincide con la visita del Papa Francisco a México y con su acercamiento a un importante sector conservador de la Iglesia. Al mismo tiempo, el pontífice manda señales a la Iglesia de los pobres y habla de la corrupción, la violencia y el maltrato a los migrantes.
En El testigo, Monteverde renuncia a la canonización de López Velarde porque considera que en tiempos de histeria mediática eso equivale a entregarlo a la sociedad del espectáculo: “Hay quienes dicen que Juan Pablo II es la mezcla de la Edad Media y la televisión. Dos pilares equivocados. Ahora, la mejor forma de divulgar una verdad fuerte, resistente, consiste en esconderla hasta que encuentre su propio espacio y estalle”, le explica a Valdivieso y también habla de adaptación de los jesuitas: “Nada como la Compañía para un curso de supervivencia”.
El primer Papa jesuita ha logrado un curioso equilibrio entre la tradición y la renovación, algo difícil de pronosticar en una novela. Con ese ánimo visitará la “suave patria”, que, como el alma del poeta, se desgaja en “funestas dualidades”.

Juan Villoro en Twitter

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