Ibidem
 
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Un simple atentado terrorista bastó para que Europa Central se incendiara, provocando así la intervención de propios y extraños para generar la I Guerra Mundial. Un 28 de junio, pero, de 1914, Sarajevo se vio ensombrecida con la muerte del archiduque del Imperio Austro-Húngaro, Francisco José. En los incipientes días del siglo XX el mundo –como hoy- estaba sentado en medio de un polvorín. Del otro del mundo, en América, un país se veía violentado hasta sus cimientos y daba rienda suelta a una guerra civil más. Sus padres y abuelos estaban acostumbrados a situaciones beligerantes, ahora el turno era para sus hijos. La Revolución Mexicana, hoy sabemos, dio inicio el 20 de noviembre de 1910. Nadie supo y nadie vaticinó cuánto duraría y, lo más importante, qué cambios en realidad generaría el “baño de sangre” que costó, según cifras oficiales, un millón de mexicanos muertos. Hoy, -como diría Vicente Fox- sabemos que esta revuelta no generó absolutamente nada. Que la tierra buena, la productiva, las grandes haciendas jamás llegaron a manos de los pueblos indígenas, que el 123 constitucional sirve para puro sorbete a favor de los obreros. Que el tercero constitucional es tan falso como el mentado laicismo, que México sigue siendo un país mediático, “tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios”, tal como lo vaticinara en su momento el único estadista que ha dado nuestro país.
A pesar de ello, el viejo general no pudo contener el avasallante ímpetu de jóvenes anarquistas como los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón; la visión prospera, pero malograda, de José Vasconcelos, y la prestancia siempre fiel al caciquismo de Alfonso Cravioto. Sin embargo, ninguno de los anteriores y de los muchos más que intervinieron en tan magno acontecimiento pudieron vislumbrar al país caótico que nos iban a heredar y que, por sus errores, actos de corrupción, asesinatos, venganzas y traiciones, junto con sus desatinos políticos, nos iban a dejar en “eso” que ellos conocieron y supuestamente pelearon.
Y aquí surgen mil cuestionamientos, en relación a las situaciones que viven y sufren otros países como Estados Unidos, Turquía, Bélgica, Holanda, la Gran Bretaña, Francia y España tan sólo por nombrar algunos.
Mientras estos países hermanos se cuidan y vigilan sus fronteras de ataques y atentados terroristas de manos de grupos extremistas como el Estado Islámico, nosotros los mexicanos nos debemos de cuidar, sí, pero de nosotros mismos, los mexicanos.
Nuestro país está dividido, y, aunque la clase política opine lo contrario, minimice la situación que prevalece en varias entidades de México, lo cierto es que de nueva cuenta, y como siempre ha sucedido, los mexicanos no estamos jalando parejo.
La respuesta es simple: no existe un verdadero rumbo y sentido de nación. Los “profes” de la CNTE velan por sus propios intereses. A todas ellas y ellos no les importa la opinión pública. Los padecimientos de las ciudades afectadas por sus desmanes y bloqueos carreteros, el desabasto de alimentos, energéticos y medicamentos. Al anarquista de México, Andrés Manuel López Obrador, lo único que le importa es llegar al poder, eso es claro. Sostiene una bandera populachera, arrogante y soberbia. Lo triste de todo es que millones le siguen sin tener un cierto motivo.
Los empresarios mexicanos tienen su propio argüende: evadir el fisco hasta más no poder. Inventan sus teletones y sus fundaciones de pacotilla para no pagar los impuestos. Pagan salarios de miseria, ofrecen trabajos indignantes y sus métodos son esclavistas. Con los políticos, la historia es la misma, es cíclica. Los municipales, los estatales y los federales no conocen el sentido de servicio. Su enriquecimiento es ilícito, no tiene medida porque además de rateros son cínicos. O existe alguien que responda por la “honradez” de los gobernadores de Chiapas, Chihuahua o Veracruz. No hay proyecto político, sólo tribus políticas que buscan su propio beneficio. Urge un verdadero líder que ponga orden, calma y rumbo a este país

Quod, dixi, dixi: En ese afán de equidad de género que no se confunda la libertad e igualdad con el libertinaje.

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