Jonás a los 40
 
Hace (86) meses
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En 1976, se estrenó Jonás, que cumplirá veinticinco en el año 2000, película de Alain Tanner con guión de John Berger, el ensayista de arte que popularizó las teorías de Walter Benjamin en la espléndida serie Modos de ver y el novelista que ganó el Premio Booker con la novela G y donó la mitad del monto a los Panteras Negras.
En 1997 yo dirigía La Jornada Semanal y entré en contacto con Berger para pedirle colaboraciones. La calidez con que él y su esposa Beverly preguntaban por la situación del país, el movimiento zapatista y las circunstancias de mi vida familiar me revelaron que la pareja entendía el trabajo como una actividad comunitaria, basada en firmes complicidades.
De tanto en tanto, mandaba una postal desde Mieussy, el pueblo donde vivía en la Alta Saboya. Por amigos comunes supe que yo no era objeto de un trato especial. Beverly y John se carteaban con un sinfín de personas; su código postal (74440) era del dominio público y con la llegada de internet pudo ser localizado en Google.
La película Jonás trata de un grupo de irregulares que encuentran distintos modos de sabotear el capitalismo. Un maestro de escuela da clases heterodoxas donde compara las épocas con los cortes que se le pueden practicar a una morcilla; una cajera de supermercado se abstiene de cobrarle a los ancianos y otros clientes que despiertan su simpatía; una mujer escapa a las presiones cotidianas practicando la meditación y el sexo tántrico. Las distintas historias convergen en una granja en las afueras de Ginebra, amenazada por la especulación inmobiliaria. Ninguno de los protagonistas impone su rebeldía en forma épica; sin embargo, aunque algunos de ellos pierden el trabajo y se resignan a hacer tareas que detestan, no deponen el gusto de estar juntos en torno a una mesa con botellas de vino, conformando una especie de contrasociedad.
Jonás nace en ese contexto. El dueño de la granja es aficionado a las ballenas e imita sus cantos, pero el recién nacido se llama Jonás por un motivo más complejo: crecerá en un horizonte que tratará de devorarlo.
Berger incluyó en Jonás pasajes de otros autores (entre ellos, Octavio Paz) para narrar esta utopía comunitaria. La película fue un éxito de culto y autoayuda: poco después, amigos de mi generación escogieron para sus hijos el nombre de Jonás, el enviado de la esperanza al año 2000.
En un diálogo televisivo con Susan Sontag, Berger reflexionó en la forma en que surgían sus historias. Todo comenzaba con la oralidad compartida, la urgencia de comunicar algo al calor de fogata. El autor de la trilogía De sus fatigas, sobre la desaparición de la vida rural en Europa, cambió el swinging London por una aldea en Francia y se convirtió ahí en el testigo de los vecinos que necesitaban objetivar sus vivencias. Quería estar cerca de sus modelos, convencido de que los dibujos y las historias no ocurren al margen de la gente, sino que son la gente.
Admirador de la aurora, Berger no se perdió el Año Nuevo de 2017. Murió al día siguiente. Para entonces ya había transformado la manera de interpretar el arte con Para entender la fotografía, Mirar y La apariencia de las cosas. En De A para X logró una excepcional novela política: un hombre injustamente acusado de terrorista se aferra a la vida gracias a las cartas que recibe; en un mundo que renunció a las formas epistolares, sólo un preso entiende el poder liberador de una carta.
La muerte de Berger me hizo pensar en los niños que llevaban el nombre de Jonás. ¿Qué habría sido de quienes fueron bautizados para habitar el vientre de la ballena? Un amigo me contó la historia de uno de ellos. Vive en el sur de Italia y trabaja como rescatista de inmigrantes en el Mediterráneo. En un buen día, las embarcaciones que patrullan el mar llegan a salvar cinco mil vidas. No conozco los pormenores de la historia, pero mi amigo me dijo que Jonás habla de sí mismo con recia sensatez: “Soy buzo y tengo licencia de salvavidas. Rescatar gente es normal. ¿Qué quieres que haga?”.
Recordé a ése o a otro Jonás (la memoria es esquiva): un niño de pelo ensortijado que alguna vez cargué para que sacara los dulces de una piñata recién quebrada. Las manos que se apropiaban de los caramelos parecían, en efecto, las de un rescatista. Ahora Jonás sacaba gente del mar, y eso le parecía normal.
Una historia para John Berger. O mejor: una vida escrita por él.

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