La administración Trump ha tardado casi cinco meses para comenzar a fijar sus políticas hacia América Central y Cuba, lo que da una idea de cómo están sus prioridades internacionales. La zona centroamerica es una de las más importantes regiones de migrantes sin documentos hacia Estados Unidos, ademá de que crece su importancia como exportadora de drogas, lo que haría pensar que hubiera merecido atención más rápido, si se hace caso al discurso del nuevo gobierno estadunidense hacia esos asuntos. Por su parte Cuba se ubica en la mira de muchos de los electores del recién aún nuevo mandatario, y quizá muchos de esos electores esperaban también más prontitud.
Con Centroamérica se concretará la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte, dirigida específicameente a Guatemala, Honduras y El Salvador, países de donde proviene la mayoría de emigrantes a suelo estadunidense y en los años recientes, zonas de violencia ya no aquella de la guerrilla de fines del siglo pasado, sino la generada por el narcoráfico, muy lamentablemente y de acuerdo a todos los indicios, exportada desde México.
Y si bien esa Alianza busca mejorar las condiciones de vida en los tres países, es decir, atacar el caldo de cultivo social que alimenta migración y violencia, no es muy claro que vaya a lograrse con presupuesto a la baja: mientras este año los recursos destinados sumaron 275 millones de dólares (mdd), el primer presupouesto de la era Trump los redujo a 195 mdd.
En rigor, los fondos para que despeguen los tres países de la zona deberían de sur mucho muy superiores, sin embargo, hay que anotar que el asistencialismo no es la mejor fórmula para llevar el desarrollo a los países.
Lo que llama muy poderosamente la atención es que mientras este año el presupuesto total para la alianza es de 750 mdd, donde 475 se destinan a seguridad, en el primer presupuesto Trump esa cifra en materia de seguridad se mantiene casi igual, pero hubo la ya citada reducción de 80 mdd para desarrollo. Es una fórmula vieja: la inversión al largo plazo se reduce pero los fondos de seguridad se mantienen o hasta acrecientan en aras de alcanzar resultados inmediatos, lo que hay que decirlo, habitualmente fracasa.
Lo que es obvio es que mientras esos países no decidan por sí mismo salir adelante, la ayuda externa poco servirá. Tenemos ahora mismo el caso de Guatemala, donde el presidente Jimmy Morales, quien llegó precedido de su aureola de independiente y cercanía a la gente por su trabajo de televisión, está entregando malas cuentas.
Con Cuba ha sucedido lo que ya se sabía pero en forma atenuada: la reversa a la política del expresidente Barak Obama, una medida exigida por muchos de los electores de Trump. Debe aclararse que no es una reversa total, sino enfocada hacia empresas estatales cubanas, específicamente las del sector militar agrupadas en una empresa llamada Gaesa, decisión que recuerda medidas tomadas hacia Irán o Rusia, es decir, que afectan a privilegiados cercanos al gobierno de cada país, en una intervención de precisión, aunque lo que no queda claro si es efectiva.
También más control para los viajeros estadunidenses hacia la isla, a fin de reducir el flujo turístico y de negocios. Se mantienen las relaciones diplomáticas, el envío de remesas y también el embargo económico que ya cumplió medio siglo, el cual no ha sido suficiente para asfixiar al regimen pero sí para sofocar a la población. Y con este anuncio, el mandatario estadunidense repitió una forma de conducta que se va haciendo habitual: su discurso queda muy lejos de su realidad.
Al menos con América Central y Cuba, queda claro que la administración Trump no ha fijado horizontes nuevos pese a su retórica. Mucho ruido y pocas nueces, lo que es bastante ante el horizonte que se dibujó en la campaña electora.