La coproducción del héroe
 
Hace (99) meses
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No puede negarse que la recaptura del criminal es un éxito importante del gobierno federal. Su fuga había sido una burla mundial, una humillación al gobierno que lo había aprisionado y que había permitido su escape. Se trata, sin embargo, de un éxito que no es otra cosa que la reparación de un daño que el propio gobierno se había provocado. Por supuesto que da gusto encontrar las llaves que uno mismo pierde pero difícilmente podría decirse que recuperarlas sea una hazaña. Curioso orgullo: el gobierno celebra como una proeza el reparar su propio error. No puede olvidarse que el gobierno de Peña Nieto dejó escapar al criminal y que no ha aclarado las complicidades que lo permitieron. Ahora que se recaptura al delincuente es importante recordar que los sobornos y extorsiones de la fuga siguen siendo un misterio. Culpable de un error monumental, el gobierno que lo corrige declara: Misión cumplida.

El triunfalismo opaca el triunfo. El gobierno acierta pero se desborda en su festejo. Más allá de la desmesura del festejo, creo que los efectos de la celebración son contrarios a su propósito. El acierto que, hay que insistir, no es más que la corrección de una pifia, es festejado como una victoria nacional y un éxito personal del presidente. Fue él quien dio a conocer la noticia de la captura. No fueron las instancias directamente involucradas en la detención sino el Ejecutivo mismo quien lo hizo público para ser el receptor de los aplausos. El presidencialismo que Peña Nieto se ha empeñado en restaurar ha de concentrar todos los reconocimientos. Si el criminal vuelve a estar tras las rejas es gracias al Señorpresidente. Los halagadores no se percatan que su piropo conlleva una seria acusación: ¿si el criminal se fugó hace seis meses fue culpa del Señorpresidente?, ¿si hay otros prófugos, será por la incompetencia del Señorpresidente? La Canciller se dirigió a su jefe para decirle que nunca había estado tan orgullosa de él como ahora. Los diplomáticos que se reunían en la Ciudad de México no encontraron mejor forma de celebrar la captura que cantar el himno nacional, como si las calificaciones de los estudiantes mexicanos hubieran mejorado en las pruebas internacionales. Como si el país hubiera establecido finalmente el imperio de la ley, como si se diera castigo ejemplar a los corruptos. Algún diplomático estalló en grito: “¡Viva el Presidente Enrique Peña Nieto!”. Algunos respondieron: “Viva”. La captura de un criminal al que se le permitió la huida sirve a los aduladores para ensalzar al presidente pero, en realidad, encumbra al bandido.

El gobierno de Peña Nieto ha vuelto a esculpir el monumento al Chapo. Al elegirlo como antagonista directo, la figura del jefe de Estado se empequeñece. Primero hicieron héroe al narcotraficante para sacudirse la responsabilidad de su fuga. Ahora lo hacen héroe para mejorar la imagen del presidente. Hace unos meses, falseando groseramente a la verdad, el Secretario de Gobernación describió su fuga como un acto poco menos que mágico. Un milagro que logró vencer todos los obstáculos que se le habían puesto en frente. No hicimos nada mal, declaraba el Secretario. Nuestra prisión cumplía todas los normas y, sin embargo, el intrépido delincuente desapareció. Ahora, con la celebración de la recaptura como si fuera una hazaña del liderazgo presidencial, vuelven a endiosarlo.

El execrable reportaje de Sean Penn hace lo mismo: convierte a un criminal que ha provocado la muerte de miles de personas en un héroe encantador. Un empresario talentoso y pacífico que solamente se defiende de sus enemigos. Una víctima del capitalismo que ha sabido manipular su hipocresía para sobrevivir. Los muertos y las vidas destruidas no son responsabilidad del criminal sino de sus perseguidores y, desde luego, de esa entelequia desalmada que es el sistema. La superficialidad de las preguntas no permiten a su interlocutor decir nada interesante. Lo notable de este ejercicio de frivolidad es la construcción del forajido como un héroe. No sé si la narración podría funcionar como libreto cinematográfico, pero como descripción de la realidad es simplemente aberrante. “Cualquiera que sea la maldad que se le atribuya (sic) a este hombre y su innegable sabiduría de calle, es también una persona humilde, un campesino cuya percepción de su sitio en el mundo ofrece una ventana al extraordinario enigma de la disparidad cultural”. Un hombre tímido, atento y pacífico, lo llama después, un genio carismático.

Defendiendo su polémica conversación con el Mayo Zambada, Julio Scherer dijo que si el diablo le concedía una entrevista, iría a los infiernos. Tendría sentido el descenso si fuera posible cuestionar a Satanás. Si, como en el caso de aquella entrevista, el encuentro sirve para halagar la vanidad del malvado, ningún servicio periodístico se ofrece. Las frivolidades de un actor fascinado por el poder termina prestando servicios de imagen a un criminal.

La misión se cumplirá cuando nadie –ni los políticos necesitados de hazaña ni los actores aburridos en Hollywood– rinda homenaje a los criminales.

 

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

Twitter: @jshm00

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