Un hombre se puso a construir una escalera.
Puso un peldaño, luego otro, y después un tercero. Conforme iba subiendo ponía más peldaños. Jamás cesaba en su tarea; no descansaba ni de día ni de noche. Peldaño tras peldaño subía en su escalera; todo lo iba dejando abajo, muy abajo; su único afán en la vida era hacer más elevada su escalera.
¡Cuán orgulloso estaba ese hombre de la escalera que iba haciendo! Conforme le añadía otro peldaño su orgullo se hacía aún mayor. Pensaba:
-Nadie tiene una escalera tan alta como la que he hecho yo.
Cierta noche lo asaltó un importuno pensamiento: ¿a dónde iba a llegar con su escalera? Jamás se le había ocurrido hacerse esa pregunta. Se puso a pensar, allá, en lo alto, y concluyó que su escalera no lo llevaba a ningún lado. Quiso bajar, pero no pudo: estaba tan arriba que no podía bajar.
Y allá está ese hombre todavía, arriba, solo, en lo alto de esa escalera que se pasó la vida haciendo y que no lo llevó a ninguna parte.
¡Hasta mañana!