La gran piedra
 
Hace (91) meses
 · 
Compartir:

“¿Cuántos años tiene?”, pregunta un personaje de De perfil. “No sé, unos cincuenta, ya anda en las horas extras”, es la respuesta. La novela de José Agustín ha llegado a esa edad en que la existencia no está garantizada y lo ha hecho con la vitalidad de un clásico.

En 1966 Agustín hizo algo más que reflejar el lenguaje coloquial de la nueva tribu urbana; lo reinventó con un ingenio capaz de crear personajes únicos a través de lo que dicen (“Sarnas se lucía porque en su guanajuatense familia ha habido un casiarzobispo”). Virtuoso del neologismo y el juego de palabras, renunció a escribir una sola frase inerte (vale decir, literal). En su variadísimo arsenal, todo ha sido literario. Formado en el taller de uno de los mayores estilistas de la lengua, Juan José Arreola, se sirvió de recursos que parecían reacios al discurso poético, de los albures a las onomatopeyas, y sometió la puntuación a una reelaboración rítmica. ¡Los signos tipográficos se movieron al compás del rock!

En Argentina, la crítica celebró la aparición de Manuel Puig como una revitalización de la literatura a partir de las técnicas del folletín, el cine, el melodrama y la oralidad del chisme y la maledicencia. En México, Agustín cuenta con el favor de los lectores, pero aún debe ser valorado como heredero de la vasta tradición picaresca que se extiende de Lázaro de Tormes a Jorge Ibargüengoitia, y como pionero de una vanguardia que unió en forma definitiva la cultura popular con la novela.

Ubicada en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, en unas vacaciones sin brújula, antes de que el protagonista entre a la preparatoria, De perfil ofrece un retrato descarnado de los placeres y los vicios de la clase media. Un momento emblemático ocurre en el cuarto de una sirvienta. Ella está ausente; la conocemos por sus magras pertenencias y su devoción religiosa. El protagonista y su primo revisan la habitación y roban once pesos. Al volver a su ámbito de hijos de familia, reflexionan sobre el botín obtenido: ninguno de los dos necesitaba dinero; el saqueo ha sido un pasatiempo. La escena resume la discriminación y la desigualdad sin referirse a ellas.

Rosa Beltrán ha comentado con acierto que la novela trata de jóvenes que procuran divertirse y no lo logran. Como los personajes de Buñuel en El discreto encanto de la burguesía, que sólo piensan en comer sin conseguirlo, los clasemedieros de Agustín habitan un vacío. La apatía es su condena. Extrañamente, también es su anhelo. Al ingresar a la preparatoria, el protagonista pertenecerá a un grupo estudiantil que se propone hacer una huelga para tener más vacaciones. Pocos narradores han calado tan hondo en la “aspiración a la hueva” que define nuestro ambiente.

Historia con paisaje, De perfil recupera una ciudad, una clase social y una época, pero sobre todo ofrece una indagación existencial, los ritos de paso del sexo, la amistad, el poder y la intoxicación. Desde la primera línea se anuncia el lugar donde ocurren las reflexiones: “Detrás de la gran piedra y del pasto, está el mundo en que habito”.

Cada tanto, el protagonista se recarga en la piedra y entra en contacto con otra realidad. Ahí especula en la posibilidad de ser hijo adoptivo, medita en la inmortalidad del cangrejo, tiene sueños que jamás interpretará su padre, que es psiquiatra.

Enrique Serna ha reparado en la sutil forma en que el novelista incorpora elementos trascendentes a su narrativa. Uno de ellos es la piedra de De perfil. Cercano a Carl Gustav Jung, Agustín describe escenarios que alteran a los personajes, santuarios que activan una alquimia mental. Lo sugerente es que no se trata de sitios esotéricos: el templo puede ser un jardín de la Narvarte y el altar una roca.

Dos rasgos distinguen a la piedra: no fue hallada ahí (el padre la llevó de “Nosedónde”, como quien traslada un menhir) y tiene huellas de haber sido trabajada. A su lado, el protagonista se siente mejor sin saber por qué: “Mi piedra no gira, pero es mi piedra”, dice en íntima señal de pertenencia. Místico a los quince años, fuma bajo el sol, explorando el misterio de existir y la sacralidad del mundo.

En un gesto profético, la novela termina con el nacimiento del narrador. A medio siglo de distancia, deslumbra su perenne novedad.

José Agustín hizo algo más que escribir un libro: colocó una piedra de fundación.

 

Compartir:
Etiquetas:
Relacionados
title
Hace 3 minutos
title
Hace 13 minutos
title
Hace 18 minutos
title
Hace 18 minutos
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad