Mentiras virales
 
Hace (86) meses
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Donald Trump tomará posesión en un clima inédito. El 54 por ciento de la población lo considera incapaz de desempeñar el puesto; en cambio, Barak Obama abandona el cargo con 60 por ciento de popularidad en un momento en que su partido se encuentra devastado. La misma gente que condena la situación política y económica lo avala como líder. En la sociedad del espectáculo los hechos no determinan el juicio. Los fracasos de Obama no alteraron su estadística de simpatía del mismo modo en que Trump triunfó a pesar de su antipatía.
Todo indica que las esperanzas colectivas dependen cada vez menos de la realidad. No es casual que el Diccionario Oxford decidiera que la palabra de 2016 era “posverdad”. La campaña de Trump estuvo plagada de mentiras, contradicciones, calumnias y falsas atribuciones. Facebook y Twitter fueron las plataformas perfectas para transmitir afirmaciones incomprobables e incluso hicieron el milagro de que el papa Francisco bendijera al billonario en las redes sociales.
También Obama dependió de la retórica para su causa. No incurrió en la mitomanía, pero habló mejor de lo que gobernó. Aunque rompió récord de deportación de inmigrantes, se alió a la CIA, autorizó bombardeos con drones en los que murieron civiles, fue percibido como un presidente tolerante, reflexivo, con un hondo compromiso humano. No fue un charlatán como Trump, sino un mandatario que, al modo de Churchill, hizo política a fuerza de palabras. De manera emblemática, en su última conferencia de prensa señaló que los periodistas deben formar parte de lo que ocurre en la Casa Blanca. No sólo se refería al hecho de que Trump prefiera citar a los medios en edificios de su propiedad, sino a que el nuevo presidente gobernará en contra de la prensa.
Estamos ante dos usos del lenguaje que quizá marquen un cambio de época. “La verdad es siempre revolucionaria”, escribió Gramsci, lo cual significa que raras veces es ejercida por un político convencional. Obama vendió ilusiones retóricas y Trump descubrió que una falsedad se “corrige” lanzando otra falsedad. El imperio de la verdad relativa se transfiguró en el imperio de la posverdad.
Lo más significativo no es que Trump sea un megalómano capaz de inventar enemigos y hacer promesas irrealizables, sino que lo apoyen millones de estadunidenses. ¿Significa eso que le creen?
El mentiroso, novela breve de Henry James, reflexiona sobre la peculiar atracción de las mentiras. La trama aborda la sufrida historia del pintor Oliver Lyon. En su juventud, este artista pretendió a Everina Brant, quien lo rechazó y se casó con otro hombre, el coronel Capadose. Años después, Lyon coincide con ellos. Con mirada pictórica, estudia a su rival: el coronel es un hombre apuesto, carismático, que destaca en la cacería y la conversación. Pero su encanto incluye un vicio: es un mentiroso compulsivo. Everina admira la pintura de su antiguo pretendiente. Él, por supuesto, preferiría que admirara su persona. La tensión entre vida y arte, tan frecuente en James, domina la historia.
Lyon se propone desenmascarar a su rival en un retrato que capte no sólo sus facciones sino su temperamento, es decir, su espíritu embustero. Lo logra, y a tal grado, que el coronel apuñala la pintura. Como buen mitómano, inventa una excusa para mostrarse inocente. Su mujer sabe que él destrozó el cuadro. Se presenta, al fin, la oportunidad de que condene la hipocresía de su marido. Lyon se siente capaz de recuperar a la mujer a través de su arte, pero Everina se pone de parte del desagradable hombre al que ama: él miente, y no le importa.
James escribió El mentiroso en 1888 sin saber que su país sería gobernado por alguien similar al coronel Capadose. Curiosamente, en sus cuadernos de notas bosquejó la historia con un final distinto: Everina apoyaba la mentira del esposo y luego lo detestaba. El giro maestro consistió en hacer que la mujer fuera cómplice de la estafa: no sólo tolera sino que, en cierto modo, necesita que le mientan.
Una y otra vez los medios han “desenmascarado” a Trump, pero esto importa poco. Sus seguidores no quieren la verdad. De ahí que haya dicho que podría dispararle a alguien en la Quinta Avenida sin perder votos.
En tiempos digitales, la verdad no ha dejado de ser revolucionaria, pero pertenece a una esfera que importa cada vez menos: la realidad.

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