El viajero pasea por Granada. Con él va la luz; con él la sombra misteriosa de los recuerdos moros. Ni en Arabia, piensa el viajero, ha de haber una ciudad más árabe.
Siente sed el viajero. El viajero siempre tiene sed. Entra en una pequeña taberna y pide una bebida con bastante hielo.
-¿Usté es de México, verdá? -adivina el tabernero-.
Y hace la referencia obligada a la canción de Lara.
-También otro mexicano le cantó a su ciudad -dice el viajero-. Y saca de la memoria los cuatro versos de Francisco A. de Icaza:
“… Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada…”.
El tabernero se encanta. Tras apuntar el mínimo poema le sirve al viajero una segunda copa.
-Es por la casa -dice-.
-Gracias, don Francisco -brinda el viajero.
-Me llamo Manuel.
Pero el viajero no se ha equivocado.
¡Hasta mañana!…