Normalización tardía
 
Hace (95) meses
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Las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos no han sido las mejores desde que a principios de 2011 las filtraciones de Wikileaks mostraron que el entonces embajador estadunidense en México, Carlos Pascual, le había enviado a sus superiores en el Departamento de Estado un análisis en donde expresaba sus dudas de que el Ejército Mexicano tuviera la capacidad o la voluntad de combatir eficazmente a los cárteles del narcotráfico.
Al hacerse público el análisis de Pascual, el entonces presidente Felipe Calderón montó en cólera, hizo uno más de sus temperamentales berrinches y le pidió al presidente estadunidense Barack Obama que removiera a su embajador antes de que lo declarara persona non grata y lo expulsara del país.
Pascual renunció en marzo de 2011 y la embajada estadunidense en la Ciudad de México quedó acéfala durante casi cinco meses. En agosto de ese año Obama designó como su nuevo representante a un experimentado diplomático, Earl Anthony Wayne, quien alcanzó la categoría de Diplomático de Carrera, la más alta que existe en el servicio exterior estadunidense.
Wayne llegó a México en agosto de 2011 sabiendo que sería su último puesto dentro del Departamento de Estado, ya que se retiró en septiembre de 2015, dos meses después de que regresara a Washington.
Como embajador trabajó mucho para normalizar las relaciones que tanto se habían deteriorado debido a los enojos de Calderón. Su trabajo fue reconocido tanto por su gobierno como por el nuestro.
Entre diciembre de 2006 y enero de 2013 la embajada de México en Washington estuvo en manos del diplomático de carrera Arturo Sarukhán, quien fue reemplazado por un chile de todos los moles llamado Eduardo Medina Mora, quien con más pena que gloria representó al presidente Enrique Peña Nieto hasta el 10 de marzo de 2015, día en que renunció a la embajada al ser designado ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cargo que actualmente detenta.
Medina fue un embajador gris que, según algunos, fue promovido por grupos económicos interesados en tener alguien que protegiera sus intereses en la capital de Estados Unidos. Después de su renuncia la embajada quedó casi seis meses en manos de un encargado de negocios y fue en septiembre cuando finalmente Peña Nieto designó a un absoluto improvisado, Miguel Basáñez, como su nuevo representante en Washington.
En este espacio dije que Basáñez sólo serviría de concierge en la embajada y el tiempo me dio la razón, ya que después de nueve meses en el cargo fue cesado fulminantemente a principios de abril y reemplazado por un diplomático de carrera con amplia experiencia en Estados Unidos, Carlos Manuel Sada Solana.
Es decir que el gobierno mexicano tardó poco más de tres años en designar a un embajador que estuviera a la altura de las circunstancias.
Por el lado estadunidense las cosas también se dificultaron, ya que desde julio del año pasado la embajada en nuestro país estuvo acéfala, en vista de que hasta el 28 de abril pasado el senado de Estados Unidos aprobó el nombramiento de la experimentada diplomática Roberta Jacobson, quien había sido propuesta para el cargo por Obama desde noviembre de 2015, cuatro meses después de que se fuera Wayne.
Así las cosas, por fin hay dos diplomáticos experimentados al frente de las embajadas de México en Estados Unidos y de Estados Unidos en México. Jacobson podría ser removida a principios del año entrante por quien gane la elección presidencial del próximo noviembre. Sada Solana podría ser relevado en diciembre de 2018 por quien ese mes ocupe la presidencia de México.
La normalización de las relaciones entre nuestros países parece que llegó demasiado tarde. Ojalá los sucesores de Obama y Peña Nieto procuren mantener dicha normalidad.

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