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En distintos países de Europa han aparecido -y en algunos crecido- movimientos fascistas. Tienen en común un fuerte componente identitario, un rechazo visceral a los migrantes y un desprecio y acoso a las reivindicaciones feministas y gay. Como si en el pasado de ese continente no existieran antecedentes terroríficos que ilustran hasta dónde puede conducir la deriva de esas pulsiones, de nuevo en las calles, los barrios, los bares y en ocasiones en los parlamentos, las redes y la televisión, vuelven a escucharse consignas racistas que ya se han traducido en agresiones e incluso asesinatos contra aquellos a los que se considera extraños.
Patrick Öberg ha realizado un ilustrativo documental no sólo sobre esos brotes preocupantes, sino sobre la reacción que han desatado: Antifascistas es la crónica de aquellos que han decidido enfrentar a las bandas nazis, en ocasiones incluso de manera violenta, sobre todo en Grecia y Suecia. La película se exhibió en octubre en el DocsMx, el festival de cine documental más importante del país, que realizó su edición número doce. Testimonios, escenas de marchas y contramarchas, de enfrentamientos y entrenamientos, comentarios y apostillas, dan cuenta de una tensa situación que no ha dejado de acarrear víctimas, pero sobre todo que ilustra que la memoria es débil, que las cacerías y matanzas del pasado no son suficientes como vacunas contra los males que arrastra la xenofobia. Ese resorte fácil de activar que coloca en el extraño, el ajeno, el otro, la responsabilidad de las penalidades propias. Esos lunares aparecen en la piel de un continente que prohijó victimarios y víctimas por millones hace apenas unas décadas; pero al parecer no sólo nadie experimenta en cabeza ajena, sino que el pasado, para muchos, resulta una nebulosa difícil de asimilar. Por supuesto que hay lecciones de la historia. Pero para los más, la historia resulta muda, no les dice nada. Y por ello, lo mismo en Dinamarca, Suecia y Noruega que en Polonia, Hungría o Austria, los ahora llamados ultranacionalistas se sienten con el derecho de desatar auténticas cacerías humanas. Uno de los entrevistados en la película afirma que el fascismo surge de arriba, de algunas élites, pero consiste en orientar la ira social en contra de los de abajo, en el caso europeo hoy, sobre todo contra los migrantes indocumentados. 
Si bien es cierto que las causas de las expresiones fascistas son motivo de debate, y mientras en Noruega se vivía un auge económico Grecia era sacudida por la crisis, hay un común denominador: la idea convertida en perorata de que los extranjeros son los culpables de (y aquí usted puede agregar lo que quiera). En Grecia, en particular, la rabia por la pérdida de empleos, las reducciones en los salarios, el deterioro del sistema público de atención a la salud, al parecer, se enfiló contra la Unión Europea y los bancos, pero muy rápidamente los demagogos racistas canalizaron esa furia también contra los migrantes, contra aquellos a los que se considera fuera del cerco de “nosotros” y a los que resulta sencillo acusar de ser la fuente de todas las desgracias. 
Hay un episodio en la película más que elocuente. El 15 de diciembre de 2013, en la localidad de Kärrtorp, en Suecia, se realizó una manifestación antifascista. Grupos de la ultraderecha hicieron presencia, generando caos y enfrentamientos. Hubo un muerto y un militante antifascista está en la cárcel. Su razonamiento: “mejor que caiga uno de ellos que uno de nosotros”. Una fórmula aparentemente justiciera, pero más que peligrosa. 
No tengo duda alguna de que a las expresiones racistas es menester frenarlas. Hay que aislarlas, combatirlas, descalificarlas. A sus propagadores es necesario juzgarlos y no debe existir espacio para contemporizar con ellos. Quien aliente el acoso o la persecución contra minorías está cometiendo un delito. Preocupa, sin embargo, la peligrosa idea que palpita en el documental, de que a la violencia fascista se le puede oponer la violencia antifascista. Y me inquieta porque en un escenario como ese lo que previsiblemente acabará sucediendo es la multiplicación de la espiral de violencia. A los fascistas hay que derrotarlos con los instrumentos de la ley, no haciendo “justicia” por propia mano. Bueno, eso creo.

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