Politiquería
 
Hace (97) meses
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 Alterada la vida de la ciudad por el veneno que respiramos, el jefe de gobierno muestra sus reflejos. Nuestra salud está en riesgo. Los niños no pueden salir a recreo. No se puede hacer deporte por la tarde. Se nos llama a escondernos en casa para respirar y lo que escuchamos durante la crisis es evasión. El gobierno elude su responsabilidad y se empeña en acusar a los otros. El policía que por azares gobierna esta ciudad señala a todos como culpables. Todos culpables, menos él, por supuesto. Ante la emergencia, politiquería.

Lo que más indigna de esta crisis es que representa la reversión de un éxito. La contingencia reciente es una recaída imperdonable. El aire de la ciudad había mejorado. Habíamos olvidado las contingencias ambientales. La última fue hace ya 14 años. En julio de 2010 el Economist publicaba una nota elogiosa sobre la política ambiental de la Ciudad de México. De acuerdo al semanario, la capital limpiaba exitosamente su aire. La revista admitía que no se había resuelto definitivamente el problema de la contaminación atmosférica pero la tendencia era, a su juicio, encomiable. Mejorábamos. La capital mexicana era un ejemplo. De ahí viene la rabia: el éxito se ha revertido. Después del avance, el retroceso. La contingencia ambiental demuestra el empeño de la política de arruinar hasta sus éxitos.

No faltaron avisos. Nadie podría hacerse el sorprendido. Anuncios de la crisis tuvimos por montones. Todos los estudios disponibles anticipaban la regresión. El gobierno capitalino decidió darle la espalda a la evidencia y no hacer nada. Rezar tal vez para que el clima pospusiera la emergencia. Cuando la crisis estalló, el gobierno de la ciudad sólo acertó a incriminar a otros. Politiquería, y de la peor: en lugar de ofrecer información clara sobre lo que acontece, lejos de presentar un diagnóstico creíble de la emergencia y un programa serio para encararla, el gobierno utiliza el dedo índice para señalar a los culpables de la desgracia. Toma medidas para enfrentar el problema pero no se hace cargo de su ejecución. Prohibir pero no sancionar a quienes incumplen la regla. Graciosa determinación del jefe de gobierno: en la emergencia, ridiculizar su propia estrategia.

La politiquería es el juego de una ambición sin responsabilidad. Es la servidumbre a lo visible y lo inmediato. El desprecio de lo esencial que es invisible, de lo importante que no urge. ¿Para qué pensar en cañerías si puede inaugurarse una inmenso monumento de concreto? ¿Para qué preocuparse por el mañana si el futuro no aplaude? La politiquería es una vacuidad intrigante. Nada por qué pelear pero muchos con quien pelear. El pleito estéril, sin causa. Carecer de ideas pero maquinar mil intrigas diarias. Su imaginación se concentra en la conjura porque cree que su verdadero trofeo es el fracaso del adversario. Al pequeño político no lo mueve la acción sino la visibilidad. Quiere aparecer, aparentar. El politiquero se exalta pero no por la crisis que enfrenta la ciudad sino por el peligro que corre su imagen. Es ágil para reaccionar en defensa de su prestigio, torpe y miedoso para apagar el fuego. Cuando se le llama para contener un incendio, grita que él no tiene cerillos y empieza a lanzar acusaciones por doquier. Queríamos que apagara las llamas y sale con excusas. Ordena evacuar la casa quemada pero de inmediato avisa que, si sus ocupantes prefieren quedarse ahí, no hay problema.

Se dirá que es injusta esta crítica al jefe de gobierno de la capital. ¿De qué podría acusarse al héroe que cambió el nombre oficial de este ciudad? Miguel Ángel Mancera logró la hazaña de rebautizar al Distrito Federal. ¡Nos dará una constitución! Por fin, una constitución. ¡Tanto que en las juntas de vecinos se hablaba de nuestra carencia esencial! ¡Tantas luchas por conseguir el emblema de nuestra dignidad! ¿Cuántas veces lo escuchamos en el café, en el camión, en la escuela? Así terminaban todas las pláticas: si lográramos tener una constitución, todo cambiaría. La coincidencia era asombrosa: qué bien estarían las cosas si tuviéramos nuestra propia constitución. Si nos extorsionaba un policía, lamentábamos de inmediato la ausencia de constitución. Si la basura se acumulaba en el parque sabíamos que se debía a esa gravísima privación legal. Si faltaba el agua entendíamos que lo que faltaba realmente era que el derecho al agua estuviera asentado en nuestra constitución. Lo escuchábamos a diario: si consiguiéramos tener una constitución como el resto de los estados, no padeceríamos estos servicios miserables, esta inseguridad, este infierno para desplazarnos de un lado a otro. Si tuviéramos una ley a la altura de nuestra historia ya no respiraríamos este veneno. Mancera nos escuchó: sus representantes preparan el boceto de un documento precioso. Festejaremos el nacimiento de la criatura el 5 de febrero del año que viene. Para el centenario de la constitución del 17, nada mejor que una burla.

 

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

Twitter: @jshm00

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