No hablo de un encuentro personal, sino de tener la posibilidad de verlo pasar en uno de sus recorridos durante su visita a México, y escuchar aunque sea de lejos alguno de los mensajes que emitirá en su periplo por nuestro país.
Me hace ilusión como creyente. Entiendo que Francisco es un ser humano, pero su figura y su investidura representan para mí la oportunidad de ver a un hombre que entiende la fragilidad de todos aquellos que seguimos a Jesús desde la religión católica. Es el papa jesuita nuestro pastor, nuestro hermano, nuestro guía en cuestiones de fe y de acción, aunque no siempre cumplamos con nuestra misión.
Quiero ver al papa porque tuve oportunidad hace ya muchos ayeres de ver a Juan Pablo segundo durante su primera visita a México. Quien esto escribe hizo valla en Guadalajara para ver al polaco, y hoy me encuentro con que ese hombre que venía “de lejos” se convirtió en santo, es decir, en un ejemplo para nosotros los católicos y en alguien que puede interceder en causas difíciles.
Francisco no es un santo, o al menos no todavía. Su visita servirá no sólo para deleitarnos como personaje, sino que deberá remover nuestro corazón para cumplir, aunque sea por una sola vez, nuestro papel de hombres y mujeres de buena fe, capaces de cumplir los mandamientos sin chistar, y con claridad suficiente para distinguir entre el bien y el mal, y luchar por que se cumpla lo primero.
Quiero ver al papa. Espero que su visita nos ayude, y no por un acto de magia, o por un milagro espectacular, sino porque logre iluminarnos a los católicos en tiempos difíciles.