San Virila llevó la imagen de la Virgen Peregrina al castillo del poderoso señor de la comarca. Esa misma noche la imagen desapareció, y al día siguiente amaneció en su nicho de la iglesia.
Luego San Virila llevó la Virgen a la mansión del rico de la aldea. También de ahí escapó la Peregrina y retornó a su altar.
En seguida Virila le pidió al prior del convento que recibiera a la imagen. Ni media hora duró ahí: al punto regresó a la iglesia.
Lo mismo sucedió cuando San Virila llevó a la Virgen a la casa de la marquesa Mencía; y a la de doña Pura, la rezandera; y a la del jefe de la brigada de lanceros, y a la del escribano real. Escapaba la Peregrina cada noche, y volvía a aparecer en su capilla.
Entonces San Virila llevó a la Virgen a casa de la Rufa, la ramera. Vivía en el arrabal, sola, despreciada. De ahí no huyó la Peregrina. Se quedó los nueves días de la visita. La Rufa le rezaba su rosario por las tardes, y cada mañana le cambiaba sus flores y le encendía su vela. En el pueblo todos están enojados con San Virila. Y con Rufa. Y con la Virgen.
¡Hasta mañana!…
Manganitas
“Le bajan 2 centavos al precio de la gasolina”
Comentó cierto compadre:
“Eso no es gran concesión.
Es más bien, con su perdón,
una mentada de madre”.