Día a día el presidente electo estadunidense rompe las ilusiones de que sus dichos de campaña hayan sido mera propaganda y, por el contrario, las confirma creando un ánimo de incredulidad, incertidumbre, pero también de enojo a nivel mundial.
En el panorama mundial se va destacando China como el único actor que quiere y puede frenar al próximo jefe de la Casa Blanca. O al menos así lo parece. El presidente francés François Hollande y la canciller federal alemana Ángela Merkel han rechazado las críticas de Trump por recibir inmigrantes y establecido que no necesitan consejo, pero no se les ve, quizá por ahora, voluntad de enfrentamiento.
En Reino Unido su primera ministra Theresa May ha recibido la propuesta de que Estados Unidos estaría muy interesado en un tratado de libre comercio para ayudarla a salir de la Unión Europea, lo que en realidad suena a provocación en una ruptura que, sea como sea conducida, será traumática.
El presidente ruso Vladimir Putin se mantiene como el único aliado, hasta ahora, de Trump, pero no hace ostentación y más parece que ha comenzado a dibujar los límites a la relación, como diciendo que no habrá una apasionada entrega. Israel también se encuentra en la lista del selecto club, que sin duda crecerá.
Por el otro extremo, China ya comenzó a posicionarse como el único país, hasta ahora, con posibilidades y voluntad de enfrentarse al futuro mandatario estadunidense. Su presidente, Xi Jinping, es el invitado más importante del Foro Económico Mundial, participará en su ceremonia inaugural y va al frente de la delegación más numerosa proveniente de China desde 1979, cuando acudió por vez primera a esa cita.
¿Tiene China razones para oponerse a Trump? Como todo en las relaciones internacionales, no hay blanco/negro sino tonalidades. El país asiático ha sido acusado de mantener débil su moneda y subsidiar sus exportaciones, acusaciones sostenidas por muchos de sus socios comerciales y que no hay evidencia de que sean erróneas.
China mantiene que es una sola e indivisible, la política de una sola China, extendiendo una sombra de amenaza sobre Taiwán, donde se fue un grupo importante que no estuvo de acuerdo con la Revolución y que es ahora una importante economía con un puñado de países que la reconocen.
Además, mantiene una serie de reclamos territoriales en el mar de China, una amplia región donde choca con Vietnam o Filipinas y Japón. Más allá de esos reclamos se encuentra que quiere hacer valer su posición de potencia regional, primer paso para comenzar a ser reconocida como la primera potencia mundial.
Es en esos puntos donde Trump ha pisado los callos chinos, en particular el muy sensible de una sola China al conversar vía telefónica con los líderes taiwaneses y no desdecirse. Estados Unidos ha mantenido un discreto apoyo a Taiwán, pero ahora Trump lo ha proclamado, y aunque no vaya a ir más lejos que sus antecesores, ese cambio en la forma del discurso ha puesto a China en un grito.
Las quejas de China se han dado a través de sus medios oficiales y el vocero de la cancillería, como haciéndole ver a Trump cuál es su nivel actual, pero ¿qué pasará tras este viernes en que tome posesión?
China, además, ha retomado la estafeta del libre comercio y parece decidido a convertirse en su heraldo en una abierta crítica al insinuado, hasta ahora, proteccionismo comercial de Trump.
Y se espera que Xi fije en Davos una posición sólida ante la inminente nueva política estadunidense en la materia. Para ello tiene un par de datos que la respaldan: su PIB se perfila a un crecimiento de 6.7 por ciento en 2016, poco más del doble del 3.1 por ciento que el FMI reconoce para la economía mundial, y más del triple que el 1.87 estadunidense.
El discurso chino hacia Trump se basa en su fortaleza económica y quizá sea la muralla que lo detenga, al menos en Asia, ya que en otras regiones del mundo la situación es diferente, no se avizora quién se le enfrente.