Tierra Santa
 
Hace (98) meses
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En uno de sus muchos episodios, atrapó al vuelo una camiseta del Cruz Azul lanzada por un creyente en esos colores. ¿Hará el milagro de que un equipo soslayado por la gloria triunfe como lo hizo su querido San Lorenzo de Almagro? El desenlace de ese gesto es tan misterioso como el contenido de la reunión que sostuvo a puerta cerrada con miembros de la Compañía de Jesús. Lo cierto es que Jorge Mario Bergoglio mantuvo el equilibro táctico y su emblemática sonrisa ante sectores muy diversos de la sociedad mexicana.

En Chiapas pidió perdón a los indígenas mientras la multitud coreaba su deseo de tener una iglesia de los pobres. Ahí visitó la tumba del obispo “rojo”, Samuel Ruiz, maltratado por la jerarquía eclesiástica. No hizo pronunciamientos de teología de la liberación pero se acercó de un modo inédito a comunidades que a partir de ahora podrán celebrar la liturgia en sus lenguas, y estuvo acompañado por el obispo Raúl Vera, uno de los sacerdotes más progresistas del país.

En otro episodio decisivo, conminó a los prelados a recordar que su fuerza deriva de su cercanía al pueblo. “No son príncipes”, les dijo. Apartándose del discurso escrito, los invitó a ejercer la transparencia y decirse las cosas a la cara.

Estas escenas anuncian a un renovador de la Iglesia. Sin embargo, no siempre encontraron oídos cómplices. Llamó a la humildad y previno contra las tentaciones materiales mientras su anfitrión en Michoacán, el gobernador Silvano Aureoles, derrochaba una fortuna para promoverse con pontificio afán. Otro tanto se puede decir de los cinco mil invitados VIP que acompañaron al presidente Peña Nieto en el aeropuerto.

Las discusiones sobre el impacto de la visita se han centrado en lo que el Papa puede hacer por nosotros. Pero las consecuencias más significativas pueden ser otras; acaso el viaje ayude a definir la trayectoria de Bergoglio. Su impulso, como el de Gorbachov a fines del siglo XX, es más popular en el exterior que en las inmediaciones del Vaticano. ¿El contacto con la comunidad mexicana y las informaciones que recibió aquí influirán en la viabilidad y el alcance de sus reformas?

Hans Magnus Enzensberger habla de “héroes de la retirada” para referirse a quienes desmantelan instituciones en las que previamente creían. Surgido de la Falange, Adolfo Suárez llevó a España a la democracia. Algo similar se puede decir de Gorbachov. Francisco es otro tipo de personaje; restaura la fuerza de la Iglesia, adaptándola a la época. ¿Qué estímulo se lleva de México? ¿Cómo gravitará el viaje en el “laberinto de los efectos y las causas”, para usar la fórmula con que Borges se refirió al destino?

En su novela El hombre que no fue jueves, Juan Esteban Constaín recupera un episodio que pudo haber ocurrido en la baja Edad Media. En 1097, los habitantes del pueblo francés de Caraman decidieron participar en las Cruzadas. No eran soldados ni tenían armas, pero deseaban ir a Tierra Santa. Emprendieron el camino, con más fe que pertrechos, y se extraviaron en algún lugar de Europa central. Siguieron adelante, llevados por la obstinación, hasta que el hambre y el cansancio los dejaron al borde de la locura. De pronto, en cierto lugar de Hungría, creyeron hallarse en la meta. Vieron un pueblo con cabras, enfermos, casas pobres y recordaron lo que Jesús había dicho de Jerusalén. Preguntaron dónde se encontraban y algún pícaro les dijo que, en efecto, estaban en Tierra Santa. Los peregrinos se deslumbraron con ese sitio devastado donde eran recibidos como reyes. Amaron cada piedra del camino y cada llaga en la piel de los heridos. Permanecieron ahí, transidos de emoción, hasta recuperar las fuerzas. Luego volvieron a Francia. Jamás dudaron de haber estado en Jerusalén.

En 1965, el novelista Gregor von Rezzori pasó cinco meses en México. En camino a Texcoco, vio un páramo miserable que describió como “un campo de concentración de la pobreza, que no está vigilado y administrado por otra cosa que no sea la falta absoluta de cualquier fortuna”. En ese territorio sin esperanza recordó arrabales de Italia meridional y del norte de África; luego precisó: “Esta tierra es más yerma, en cierto modo más bíblica”.

No sabemos lo que Francisco encontró en México. Como en la parábola de los peregrinos medievales y en la visión de Rezzori, posiblemente vio un erial tocado por la miseria y digno de devoción. Acaso, a su manera, haya estado en la tierra prometida.

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