Trump, el espejo
 
Hace (92) meses
 · 
Compartir:

El espectáculo de las convenciones es morbosamente fascinante, decía H. L. Mencken, quien cada cuatro años hacía la crónica de esos circos que eligen a los candidatos presidenciales en Estados Unidos. Disfrutaba como nadie de ese horrible, vulgar, estúpido y tedioso teatro. Era una fiesta grotesca y, a la vez, fascinante. Durante horas, el espectador solo desea que los delegados ardan en el infierno pero, de pronto, queda hechizado con algo que supera todas las expectativas de la obscenidad, el melodrama y el absurdo. En unos minutos se despliega el entretenimiento de todo un año. Al presenciar la convención de 1924, el gran periodista de Baltimore no pudo dejar de pensar que lo envolvían las emociones de la plaza frente a un ahorcamiento.
La metáfora de Mencken, no estuvo lejos del lenguaje de Cleveland. La atmósfera del patíbulo envolvió la captura del partido republicano. El grito más frecuente en la convención no fue el nombre del candidato sino la exigencia de encerrar a Hillary Clinton en un calabozo. La bendición inicial corrió a cargo de un predicador que describió al adversario como el enemigo. El neurocirujano que quiso ser candidato (y en el trayecto mostró que se puede arreglar el cerebro de un enfermo y seguir siendo un imbécil) la describió como adoradora se Satanás. A otro candidato se le ocurrió organizar un juicio popular contra Clinton para recibir, en coro, el grito de la condena. ¡Culpable, culpable! Para un asesor del ungido, la cárcel era poco castigo para una traidora. Pidió otra cosa: la ejecución de Hillary Clinton.
No sé si el espectáculo que vimos la semana pasada mantenga la inocencia de demagogia, sentimentalismo y mal gusto que divertía al genial lexicógrafo. No vimos la renovación de una costumbre. Así suelen presentarse los candidatos en un régimen tan institucionalmente sólido: el refresco de una tradición. No es irrelevante que el pasado del partido haya sido prácticamente borrado en las fiestas de la unción porque reitera un mensaje crucial: el millonario no se debe más que a sí mismo. Nada lo ata. El arrojo es la única regla, la determinación de romper todas las convenciones.
La pregunta que no podemos dejar de hacernos es cómo fue posible que un demagogo con impulsos abiertamente fascistas pudiera capturar a uno de los partidos históricos de la democracia norteamericana. Sugiero que en el narcisismo de Trump hay dos intuiciones que embonan admirablemente con los ánimos de nuestro tiempo. La primera es nacionalista, la segunda autoritaria. El éxito de este hombre se debe a que sus arrebatos embonan con nuestra rabia, nuestra impaciencia, nuestra ansiedad. El farsante navega con nuestros permisos.
Detecta, en primer lugar la nueva fractura del mundo. No es la que separaba izquierda de derecha, ni al estatismo del mercado. Tampoco es el antagonismo de la fe contra el secularismo. Es el choque entre lo nacional y lo global. El candidato republicano rechaza ruidosamente los procesos de integración y sueña revertirlos. Cuando Trump describe la fantasía de su bellísimo muro está tocando una de las fibras emocionales de nuestro tiempo. Apartarse del mundo, expulsar a los extraños. La frontera es el símbolo esencial de su discurso porque ve al exterior con horror. Restaurar el coto nacional como un refugio confiable frente a las amenazas de un mundo inclemente. Basta de globalismo, grita: nacionalismo.
El segundo reflejo trumpiano tiene, también, mucho de actual. Cuando los desplantes de la ignorancia y los insultos son celebrados como seña de valentía es que se ha puesto ya la plataforma de bienvenida al autoritarismo. No es necesario el argumento para justificar una política. La voluntad es suficiente. Basta de polémica, acción. Ese es el complemento al aislacionismo: la celebración de una fuerza que no se detiene ante nada. ¿Podemos olvidar que Trump ha llamado a matar niños? Para negociar con México, no ha descartado mostrar el poderío militar de su país. Hay muchas muestras de la admiración que siente por los dictadores de hoy y los de antes. Al capricho respaldado por la fuerza llama liderazgo. El Derecho Internacional (y el otro) le tiene, por supuesto, sin cuidado.
El populismo de Trump tiene mucho en común con muchos otros: nacionalismo que restablece el orden, reconstitución de un nosotros agraviado, política volcada a la venganza, desprecio a toda regla y todo dato, idolatría de la voluntad. Trump es horroroso, como nuestro tiempo.

Compartir:
Etiquetas:
Relacionados
title
Hace 0 minutos
title
Hace 14 minutos
title
Hace 37 minutos
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad