Por un momento pareció imposible que la popularidad de Donald Trump cayera a pesar de sus dislates, pero las primeras encuestas desde la matanza del centro nocturno Pulse de Orlando muestran una caída de la popularidad del virtual candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos. Es su primer tropiezo importante.
Hasta antes de la matanza del 12 de junio Trump se encontraba en las encuestas a tres puntos porcentuales de Hillary Clinton. Fox News, por ejemplo, le daba a Hillary el 10 de junio una intención de voto de 39 contra 36 de Trump y un sorprendente 12 por ciento al candidato libertario Gary Johnson. Dos días después de la matanza, el 14 de junio, Bloomberg colocaba a Clinton adelante con 49 puntos por 37 de Trump, o sea 12 puntos de ventaja, y 9 por ciento del libertario Johnson. El jueves 16, en un sondeo de Reuters/Ipsos, Hillary tenía 39, Trump 29 y Johnson 6 (realclearpolitics.com).
Por primera vez las declaraciones de Trump, quien hasta ahora había sido un candidato Teflón al que todo se le resbalaba, le hicieron daño. Culpar al presidente Barack Obama del ataque, y decir que éste fue consecuencia de la política del mandatario de permitir el acceso al país de musulmanes (Omar Mateen, el asesino, nació en los Estados Unidos), fue una exageración que ya pareció excesiva a algunos que habían estado dispuestos a aceptar cualquier afirmación que proviniera de Trump.
Quizá ya sea imposible impedir la candidatura de Trump por el Partido Republicano. Poco importa que su popularidad se desmorone o que no sea el candidato que prefieran los líderes del partido. El sistema electoral estadounidense, que sufrió reformas hace años precisamente para arrancar el control de los partidos a los líderes tradicionales, ha funcionado. Trump nunca habría sido postulado en el viejo esquema en el que los líderes de los partidos negociaban las candidaturas en cuartos llenos de humo. La apertura que hoy vemos ha beneficiado a quien, para todos los propósitos, es un candidato externo al Partido Republicano. Sólo que Trump no era precisamente el tipo de aspirante que los reformistas tenían en mente cuando modificaron las reglas de selección de candidatos y fortalecieron las elecciones primarias.
Trump ha podido llegar hasta donde está porque ha sido un candidato de protesta. Sus votos han provenido de un grupo relativamente minoritario de republicanos insatisfechos con la situación del país y con la presidencia de Barack Obama, pero también cansados del tradicional grupo de poder del Partido Republicano que estuvo representado en las primarias por Jeb Bush, hijo y hermano de presidentes, quien empezó el proceso como favorito y se gastó 130 millones de dólares para nada. Ahora que ya es virtualmente el candidato, Trump está obligado a atraer un electorado mucho más amplio, pero las ocurrencias que tanto le ayudaron en las primarias se están convirtiendo por primera vez en fuente de rechazo.
El primer capítulo de la contienda por la presidencia de los Estados Unidos está a punto de acabar. Ya hay vencedores y perdedores en las primarias. El segundo y definitivo capítulo empezará en unas cuantas semanas, una vez que los partidos terminen de ungir a sus representantes. La elección se llevará a cabo en un país con ánimo de protesta, pero en el que Trump será visto con ojo más crítico por un electorado general y no partidario.
Libertario
Es sorprendente el desempeño en encuestas de Gary Johnson del Partido Libertario, quien no ha gastado dinero y no ha tenido tiempo en los medios. El ánimo de protesta que ha favorecido al populista Trump y al socialista Bernie Sanders también beneficia a Johnson, quien defiende una agenda de libertades individuales.
