Un cambio alentador
 
Hace (86) meses
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El cambio es notable y merece ser reconocido. El discurso reciente del presidente Peña Nieto ante embajadores y cónsules representa un giro en su posición frente al futuro gobierno de los Estados Unidos. Tal vez es un cambio modesto pero, a mi juicio, es relevante porque puede significar un replanteamiento de la estrategia. Lo que se bosqueja en ese mensaje es una determinación de escapar del callejón de la extorsión. El presidente expande la agenda e inserta la perspectiva mexicana. No contesta simplemente a los ataques sino que se expone también nuestras exigencias. Las agresiones constantes de Trump a habían encontrado silencio y sumisión por parte del gobierno mexicano. Pasmo ante la intimidación. Callar o ayudar al agresor, creyendo que la amabilidad transformaría su corazón. Ignorarlo o servirle la mesa. Insistir en gestos de buena voluntad, a pesar de escuchar solo agresión. Minimizar la amenaza, rezando porque el tiempo dome al provocador. Aún durante el relevo del canciller pudo escucharse la reiteración de esa ingenuidad. Habría que esperar a la mudanza en la Casa Blanca porque la investidura presidencial transformaría al patán.
México no es nuestro amigo, dijo el candidato Trump. Insistió la enemistad con el vecino durante toda su campaña. La victoria electoral no modificó su convicción de que en el sur reside el peor peligro para su país. Pero, si México ha sido obsesión para Trump lo ha sido por dos razones. Porque imagina una invasión de mexicanos que amenaza la tranquilidad de Estados Unidos y porque está convencido de que el vecino del sur saca la rebanada más grande del libre comercio. En su primitiva visión del mundo, México se burla de Estados Unidos arrebatándole empleos y enviándole delincuentes. Lo cierto es que su invectiva se limita a dos propuestas altamente simbólicas: muro y TLC. Levantar una barrera física que separe a los dos países y renegociar el acuerdo-o cancelarlo.
Lo que me parece afortunado en el replanteamiento reciente es que rompe (o intenta romper) el cajón en el que el populista había colocado al país. El presidente de México ha expuesto que la relación bilateral no puede reducirse a esos dos símbolos ni tiene sentido discutirlos en los términos en que ha hecho el magnate. El país tiene también sus exigencias en materia de seguridad, comercio, migración. Es importante, desde luego, que se reitere que México, por ningún motivo pagaría la muralla trumpiana. El presidente lo dijo con claridad y de manera pública minutos después en que el presidente electo insistía en su cantaleta de que pagaríamos por el muro que nos ofende. Sin embargo, el problema de la muralla no es solamente que se nos pretende imponer su pago, sino que la idea misma de la barrera es un acto abiertamente hostil. No podemos negar su derecho de construirlo, así sea un absurdo. En lo que sí deberíamos insistir es que se trata de un acto inamistoso. Nos quedamos cortos, pues, si solamente discutimos el pago y no expresamos con claridad que nos oponemos enérgicamente a su levantamiento y que emplearemos todos los canales institucionales para resistirlo.
La mejor manera de defender el Tratado de Libre Comercio es asumir su mortalidad. No hay tratado internacional por el que deba pagarse cualquier costo. El país no puede mostrarse existencialmente dependiente de la sobrevivencia de ese pacto. Hay país sin TLC. Si se pretende usar la amenaza del repudio de Trump al acuerdo como chantaje perpetuo, el país debe estar listo para despedirse de él. Al gobierno de la República corresponde aclarar cuáles son los términos en que, a su juicio, puede “modernizarse” el acuerdo, y en consecuencia, cuál es el costo que no está dispuesto a pagar por su permanencia. Es cierto lo que decía Arturo Fernández, el rector del ITAM, hace unos días: sería preferible la salida del Tratado de Libre Comercio a la perpetuación de la incertidumbre.
El mensaje presidencial me parece alentador porque, con toda su cautela, significa el reconocimiento de que la batalla contra Trump no se librará exclusivamente en los salones de las oficinas comerciales. Tampoco podría encararse el desafío con la ingenua bandera de la conciliación. El conflicto es inescapable y lo es también su dimensión pública. Esas dos notas las encuentro, en embrión, en el replanteamiento presidencial.

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