Mientras en la Ciudad de México las cámaras empresariales plantean al gobierno disminuir el Impuesto Sobre Nómina de 3 a 2% para incentivar la creación de empleos, en Hidalgo la receta es la contraria. A fin de año, la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación exhortó a los gobiernos estatales del país a no elevar este impuesto hasta el límite; por el contrario, luego del anuncio del aumento a las gasolinas y al incremento imparable del dólar, propusieron su eliminación, al considerarlo un impuesto que desincentiva la productividad y la innovación.

Y ciertamente este impuesto parece uno de los más irreales de un país que aspira a salir del tercer mundo. Mientras los gobiernos se la pasan cada año informando sobre la creación de nuevos empleos, los empresarios y emprendedores que apuestan por la formalidad reciben una penalización cuyos únicos fines son recaudatorios: un impuesto por dar trabajo. La razón de ser de este impuesto no queda clara. Ya las autoridades cobran el Impuesto Sobre la Renta, que grava las ganancias y utilidades.

No queda claro tampoco qué beneficios tienen los empleados y los empleadores con el cobro de este impuesto, pues ese dinero no se reinvierte en la generación de nuevos empleos. Existen ya suficientes impuestos como para mantener uno que daña el ingreso de patrones y empleados.
Por años nos hemos quejado de la escasa competitividad de los salarios en el estado, para ahora aderezarlos con un nuevo agravio.

Será ahora tarea de los diputados hidalguenses darle una explicación al pueblo sobre la aprobación de un incremento al ISN, pues en su labor como representantes de los votantes debieron defender a capa y espada el no incrementar gravamen alguno. Ya bastante tenemos con gasolinazos, con la inflación histórica y con el elevado precio del dólar.