Se consumó lo que muchos pensaban. Omar Fayad fue elegido candidato a gobernador por el PRI, partido en el cual participó en dos contiendas similares: en ambas tuvo que aceptar la decisión del mandatario en turno.
Ahora la sucesión fue diferente. Desde principio de año el gobernador Francisco Olvera declaró a la prensa que él no impondría a su sucesor, pues era una tarea que le correspondería al Comité Ejecutivo Nacional (CEN), a cargo de Manlio Fabio Beltrones. Una decisión digna de reconocer.
El miércoles, mientras entrevistaba al ahora candidato, le pregunté si se había acabado el dedazo, su respuesta fue institucional: el PRI ponderó la decisión.
El problema aquí es quién lo ponderó. Dicen que los sectores, las agrupaciones, los priístas destacados, las encuestas y todo lo que puede analizarse para obtener al mejor candidato. Creo, en esta ocasión, no se trató de la ponderación de un dedo flamígero.
El CEN pudo escoger a cualquier otro, me queda claro, pero Omar Fayad representa una ruptura con las costumbres del PRI. Y contrario a lo que muchos “analistas” y “columnistas” nacionales creen, la decisión en Hidalgo no es de grupo, aunque sin duda va encaminada a crear un grupo Hidalgo aún más sólido, de cara, tal vez, a la sucesión presidencial.
Nunca antes, debo decir, vi tanta expectación en la vida nacional por la sucesión en Hidalgo, un pueblo pobre, mal comido y mal gobernado.
Ahora todos los ojos nos miraron en tiempo real, como nunca antes lo habían hecho.