Amenaza creciente
 
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LA GRABACIÓN es borrosa, pero escalofriante. La mañana del 13 de febrero, un hombre robusto, de edad media, camina pausadamente por la principal terminal de salidas del aeropuerto de Kuala Lumpur, capital de Malasia, preparado para abordar un vuelo con destino a Macao. Kim Jong Nam era el hijo mayor del dictador norcoreano Kim Jong Il y se cuenta que, durante un tiempo, el líder difunto supremo quiso que fuera su sucesor; pero Kim Jong Nam resultó ser un playboy veleidoso y un jugador que, en cierta ocasión, enfureció a su progenitor tratando de ingresar en Japón con un pasaporte falso para visitar Disneylandia Tokio (entonces contaba con treinta años). Así que, con la anuencia de su padre, decidió mudarse a Macao, antigua colonia portuguesa que se ha convertido en la capital china del juego; presuntamente, bajo la estrecha vigilancia de la seguridad de China.

Kim Jong Nam era medio hermano del actual dictador de Corea del Norte, Kim Jong Un, pero es probable que este par jamás se haya conocido, pues Kim Jong Nam era 13 años mayor, y su madre —una actriz norcoreana— tuvo una aventura con Kim Jong Il. “Fueron criados en hogares separados”, explica un exanalista de inteligencia surcoreana, “y [Kim Jong Nam] fue enviado a estudiar a Suiza en su infancia. Es imposible que se conocieran”.

De suerte que lo ocurrido el pasado 13 de febrero resulta aún más incomprensible y perturbador. Cuatro hombres norcoreanos y dos mujeres —una vietnamita y una indonesia— aguardaban en un restaurante del aeropuerto desde las 7:30 de la mañana, aproximadamente. Poco antes de las 9:00 horas, mientras Kim Jong Nam cruzaba la terminal, fue abordado por las mujeres; una caminó frente a él para distraerlo, mientras la otra se situó por detrás. Ambas le tocaron el rostro brevemente y, luego, se alejaron de prisa. Unos minutos después, Kim Jong Nam notó que le pasaba algo y abordó a un oficial de policía. Lo escoltaron a una ambulancia, pero en cuestión de veinte minutos había muerto, víctima de un asesinato con VX: un agente neurotóxico mortífero que la Organización de las Naciones Unidas clasifica como un arma química de destrucción masiva.

Dos días después, la policía malaya arrestó a la vietnamita, Doan Thi Huong. En las primeras horas de la mañana siguiente, agentes policiacos irrumpieron en un hotel donde se escondía la indonesia Siti Aisyah, quien afirmó que le habían pagado el equivalente a 120 dólares para participar en un programa televisivo de “bromas”.

Ambas han sido acusadas de homicidio. También arrestaron a un norcoreano, pero las autoridades malayas lo soltaron después y le permitieron regresar a Corea del Norte porque carecían de suficientes pruebas para procesarlo. Los otros tres norcoreanos implicados parecen haber escapado.

Kim Jong Nam pudo ser percibido como una amenaza para el régimen dinástico de su medio hermano, el dictador norcoreano Kim Jong Un. Foto: THE YOMIURI SHIMBUN/AP

El asesinato —sin duda ordenado por Kim Jong Un, en opinión de funcionarios activos y retirados de Corea del Sur y Estados Unidos— fue de una osadía impactante: al descubierto, fácil de captar por las cámaras de seguridad y, encima, exhibido al mundo. Sin embargo, ese homicidio fue solo el comienzo de una oleada mortífera. Dos semanas después del asesinato, cuidadosamente ensayado e implementado en Malasia, la inteligencia surcoreana reveló, en un informe a puertas cerradas para los legisladores de Seúl, que Kim Jong Un había puesto bajo arresto domiciliario a su ministro de Seguridad Estatal, un cargo tremendamente poderoso en Corea del Norte, y que hizo ejecutar a cinco de sus diputados con cañones antiaéreos.

 

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