La alarma se activó a las 00:00 horas, medianoche. Uno de los vecinos, cuentan los colonos, activó el dispositivo de alerta cuando una menor intentó ingresar a su casa tras saltar la barda. “¡Ayuda!”, clamó, alterada –recrean–. En el 32 de la avenida Señor de la Misericordia, un grupo armado ejecutaba a 11 personas, incluida su madre.
Los cadáveres quedaron tendidos al interior de la casa. Una imagen, filtrada, exhibe cuatro cuerpos: tres sobre loseta, con sangre diluida alrededor de sus siluetas, y uno más, recargado en un sofá café. En el encuadre, al centro, un mueble de madera con vasos desechables, restos de limón y dos envases oscuros, marca Corona.

Tras el cristal azulado de la vivienda, resguardada por elementos del Ejército mexicano, dos cascos más de cerveza encima de una mesa blanca con líquido hemático, mezclado con residuos de alcohol. La escena se observa por medio de la figura de herrería que tienen las protecciones, detrás de las cuales peritos en criminalística de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Hidalgo (PGJEH) realizan diligencias para resolver el asesinato.
Los vecinos, cuyos nombres se resguardan, aseguran que no escucharon disparos, ni gritos, sólo el sonido de alarma.
“Es algo grave, está muy cabrón. No fue una persona, son 11. No pudo ser un asalto”, dice a Criterio un habitante de la calle San Ignacio de Santhia.
En el fraccionamiento cada sección tiene referencias a presbíteros canonizados por la iglesia católica. “Sólo en los nombres –sentencia– estas calles tienen paz”.
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En el kilómetro 53.5 de la autopista México-Pachuca se ubica Villa Milagros, un fraccionamiento a la orilla de la carretera, con dos accesos.
Un vecino relata que automóviles con cristales polarizados cruzan la avenida principal: Señor de los Milagros, toman la pequeña glorieta Juan Pablo II y, tras pasar por casas deshabitadas, construcciones en abandono, deterioradas y sin resguardo, salen para incorporarse, nuevamente, a ruta hacia la capital del país.

Por ello, cree que es una ruta alterna para evadir los retenes militares y la inspección que la Policía Federal establece en la vía México-Pachuca.
“Antes habíamos escuchado disparos, no ahí, pero en el fraccionamiento. Hacemos oídos sordos, ¿quién va a salir? Es por miedo”, señala otro colono, que recorre todos los días por Señor de Misericordia.
“Cuando nosotros salimos ya estaba el Ejército, habían acordonado. No escuchamos nada”, reafirma otra mujer, quien refiere que Cinthya A.K. pasaba a diario con sus dos hijas, que, calculó, tienen entre 14 y diez años, aunque no se relacionaban con el resto. “Eran muy calladas”, pero, asegura, no percibió alguna conducta extraña ni movimientos inusuales en la vivienda en los días previos.
Otra añade: “Yo pasé como a las diez, vengo del DF, se veía la fiesta, no se notaba nada. Fue como a las 12 que sonaron las alarmas, pero no salimos”.
El procurador Ramiro Lara Salinas confirmó que el grupo se había reunido para celebrar el cumpleaños de la hija menor de Cinthya y Rubén. Los cadáveres fueron sacados de la vivienda, envueltos, por personal del Servicio Médico Forense (Semefo), apuñalados.
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Una cámara de seguridad apunta a la casa número 32, donde ocurrió la ejecución. En el monitor principal en la caseta de vigilancia, a la entrada del fraccionamiento, no hay transmisión de datos de esa zona del conjunto habitacional. Criterio constató, además, que cinco de ocho puntos de videograbación no arrojan imagen: la pantalla está en negro.
El encargado de la vigilancia, contratado por la constructora –cuyo nombre, dice, desconoce–, expone que cada persona que entra por el enrejado debe identificarse, dejar una credencial oficial y notificar a quién visita. No obstante, en el cuaderno de raya donde anotan las generales de quienes no pertenecen a Villa Milagros no hay registro de la noche previa.
“Lo desconozco, apenas inició mi turno”, excusa. “Sólo somos tres policías para más de cien familias”. Un vecino afirma que 30 por ciento del lugar está deshabitado; otro, que delitos frecuentes son los robos, que se escuchan detonación, aunque nadie notifica al 911.
“Por aquí pasan unos muchachos en bicicleta, no los conocemos, rondan diario”, relata otro, quien supone que se trata de “halcones” que “alguna relación” tendrán con los automóviles de vidrios polarizados.
En el lapso que tiene de presenciar la escena, mientras dos militares, a derecha e izquierda, custodian las casas contiguas entre la avenida principal y la calle San Ignacio, cuenta tres vehículos desconocidos, cristal oscuro.
Una camioneta de la policía de Tizayuca, Mando Coordinado, se encuentra estacionada al costado, donde dos grúas suben tres automóviles parqueados junto a la casa, todos con placas del Estado de México: un Passat rojo (MUD-24-18), un Jetta (NAB-45-56) y un Atos (MVW-87-16).
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“No se metían con nadie, pero eran muy apartados”, comenta sobre Rubén y Cintia, los anfitriones de la fiesta infantil de la que queda, entre las calcas de sangre en el suelo, desde la entrada, un juego inflable tendido. Frente a éste, tapados por la carpa instalada para el festejo, que peritos en criminalística utilizan para el resguardo de evidencia, una mesa blanca con botellas de cerveza.
Rubén estuvo recluido en el penal de Tlanepantla, Estado de México, por secuestro, señaló el procurador. Por ello, y las características de la ejecución: los 11 fueron ultimados con armas blancas, “presume” un ajuste de cuenta.
Un colono cuenta que escuchó en el intercambio de comunicación entre los agentes, custodiados por militares, que los cuatro menores sobrevivientes, resguardados por familiares, lograron escapar al brincar bardas, mientras el resto era acribillado.