La habitación donde nació Cien años de soledad
 
Hace (85) meses
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Con su primera máquina de escribir eléctrica, una Smith Corona, Gabriel García Márquez (1927-2014) se “encerró” durante 18 meses en la habitación de una casa de la zona de San Ángel para escribir Cien años de soledad.
Como lo explicó, en su momento, el propio Premio Nobel de Literatura 1982: “a mis 38 años y ya con cuatro libros publicados desde mis 20 años, me senté en mi máquina de escribir”, para empezar la que sería su obra cumbre.
Conocida es la leyenda de que la familia del escritor se dirigía a unas vacaciones en Acapulco cuando recibió como un rayo la idea de la novela y esto hizo que renunciara a los trabajos que tenía para dedicarse de tiempo completo por año y medio al texto de poco más de 500 cuartillas en su versión original.
También es conocido, porque el propio autor lo contó varias veces, que no se enteró de “cómo sobrevivimos Mercedes y yo con nuestros dos hijos durante ese tiempo en que no gané ni un centavo. Ni siquiera sé cómo hizo Mercedes durante esos meses para que no faltara ni un día la comida en la casa”.
Una visita de entre 10 y 15 minutos, fue tiempo suficiente para atestiguar el lugar donde García Márquez se desató para comenzar a escribir las primeras líneas de esta novela incluida en la lista de los cien mejores libros del siglo XX, según el diario francés Le Monde.
Escribir Cien años de Soledad le costó a Gabriel García Márquez meses de ruina económica, el empeño de las joyas de su mujer y vivir de la ayuda de los amigos.
“A principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y arrasador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera”, contó alguna vez el propio colombiano al recordar ese fogonazo que lo impulsó para escribir Cien años de soledad.
Mercedes, su esposa, no sólo pidió ayuda a los amigos, también a los tenderos y el carnicero, incluso fueron al Monte de Piedad y empeñó sus joyas; y es que el colombiano no tenía ni para papel para su máquina de escribir. Ello se debía a la forma de trabajar del autor, que rompía folios mal escritos o con erratas.
Una vez que terminó la novela, asistieron a la oficina de correos para enviar el texto a la Editorial Sudamericana, en Buenos Aires; eran 590 cuartillas a máquina con doble espacio. El empleado pesó el paquete, y al final, no les alcanzó el dinero, por lo que tuvieron que dividir el paquete por la mitad, y enviaron una de las partes, la segunda, al editor Paco Porrúa a Argentina. El resto lo pudo enviar cuando éste les mandó un adelanto por la novela.

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