En una investigación de tres años se encontró que varias partes clave de la historia de Snowden sobre los secretos que robó y por qué lo hizo no encajan.
Un presidente puede indultar a cualquier persona por cometer cualquier crimen por cualquier razón, o sin razón alguna, pero mientras se acaba el tiempo de su mandato, es inimaginable que Obama, antiguo conferencista en leyes, pase por alto todo lo que sabe acerca de lo que Snowden hizo y lo absuelva de sus crímenes.
Esto podría sorprender a muchas personas, en parte porque casi todo lo que saben del caso proviene de los labios (y de los tuits) de una sola fuente, Edward Snowden. Esta es la versión aséptica de su historia: el 20 de mayo de 2013, poco más de un mes después de que comenzó a trabajar en el Centro Criptológico de la NSA en Hawái, Snowden no fue a trabajar. Se reportó enfermo, pero no lo estaba; en realidad, estaba huyendo. Había volado a Hong Kong con una gran cantidad de secretos robados. Ya en Hong Kong entregó una porción muy reducida de esos documentos a tres periodistas cuidadosamente seleccionados: Laura Poitras, una documentalista radicada en Berlín; Glenn Greenwald, bloguero con sede en Brasil, y Barton Gellman, reportero del diario The Washington Post galardonado con el premio Pulitzer. Las revelaciones hechas por estos periodistas, basadas en los documentos que recibieron, dominaron los encabezados durante meses. Conforme pasó el tiempo, Snowden volvió a esfumarse, esta vez durante 13 días, del 11 al 23 de junio, antes de reaparecer en Rusia, país que le dio refugio y protección, además de proporcionarle la plataforma global para su campaña de revelar más secretos de la NSA y de ofrecerle protección contra toda acción judicial ocasionada por sus crímenes.
Desde Moscú, afirmó repetidamente que era un soplón idealista que había sido abandonado a su suerte en Rusia por el gobierno de Obama, el cual, insinuaba, esperaba satanizarlo porque había hecho lucir mal al gobierno estadounidense. Afirmó que el Departamento de Estado lo había dejado atrapado en Rusia al revocar su pasaporte mientras su avión estaba en el aire el 23 de junio. En cuanto a los documentos que sustrajo, insistió en que los había entregado todos a los tres periodistas mientras estaba en Hong Kong. Afirmó que no había guardado ninguna copia y que no tenía acceso a ninguno de los materiales sustraídos tras salir de Hong Kong.
Dediqué tres años a investigar la historia de Snowden para mi libro How America Lost Its Secrets: Snowden, the Man and the Theft (Cómo Estados Unidos perdió sus secretos: Snowden, el hombre y el ladrón). Viajé a los lugares de Hawái y Japón donde Snowden trabajó para la NSA, a los lugares donde organizaba sus “criptofiestas” antivigilancia en Honolulu, y a Moscú, donde entrevisté a exoficiales de inteligencia rusos, personas con información privilegiada desde el interior del Kremlin y al abogado que se desempeña como intermediario de Snowden en ese país. Además de Stone, que pagó a este abogado un millón de dólares, supuestamente por los derechos de su novela, yo soy el único periodista estadounidense que lo ha entrevistado cara a cara. Lo que he averiguado, paso a paso, de las muchas veces que dediqué a esta investigación, fue que las partes clave de la historia de Snowden, aunque han sido repetidas una y otra vez en los medios de comunicación como una verdad, no acaban de cuadrar.
“Snowden ha puesto en riesgo una mayor capacidad que cualquier otro espía en la historia de Estados Unidos”. Foto: MIKHAIL KLIMENTYEV/TASS/GETTY
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