Los hackers que conectan a pueblos olvidados
 
Hace (86) meses
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Lo que comenzó como un experimento de hackers ahora es un proyecto de telefonía celular comunitaria que crece, pese a todos los obstáculos, en Oaxaca. Su siguiente objetivo es demostrar que es posible que las comunidades indígenas y rurales tengan su propia red de internet sin depender de las grandes empresas.

 

HACE CUATRO HORAS la camioneta 4×4 dejó la ciudad de Oaxaca y se internó en los caminos de la sierra norte. Aún falta una hora para llegar a San Juan Yaeé. Si este viaje se realizara en transporte público —en un camión que solo pasa una vez al día—, el trayecto duraría ocho horas. Quizá más. El tiempo depende de la espesura de la niebla que cobija estas tierras casi todas las tardes. También de si la lluvia no deja a su paso derrumbes o troncos caídos. Son pocos los que se internan en los caminos angostos y más profundos de la sierra. Son contados los que visitan las pequeñas comunidades zapotecas salpicadas entre montañas y bosques. La camioneta 4×4 color gris recorre estos senderos con frecuencia. Hoy lleva, amarrados sobre su techo, una escalera, cinco delgados tubos de cobre y un mástil metálico de más de tres metros de altura. Con esos fierros encima es difícil que pase inadvertida. Para las dos mujeres que se dirigen a pie hacia San Juan Yaeé, la camioneta es su salvación. Se paran en medio del camino y piden un aventón. Con sonrisas tímidas agradecen que se les ahorre una hora de trayecto. Con los desconocidos hablan poco; entre ellas platican en zapoteco. Al llegar a su destino se atreven a preguntar en español: “¿Ustedes son de la telefonía?”. En la tienda, en la presidencia municipal y en la escuela primaria rural “Mártires de la Revolución”, la camioneta 4×4 cargada con sus fierros provoca las mismas preguntas.

“¿Ya vienen a arreglar la señal? ¿Cuándo va a quedar? ¿Hoy podremos hablar?”, pregunta, impaciente, David, campesino que también tiene una tienda. “El celular nos hace mucha falta. Yo lo necesito para hablar con mis hijos que estudian en la ciudad, allá en Oaxaca”.

“En estos días hemos estado sin señal y no podemos comunicarnos con los esposos cuando van al campo”, explica María, una de las mujeres que llevan el almuerzo a la primaria para compartirlo con sus hijos durante el recreo.

Desde el amplio patio de la escuela, mujeres y niños miran cómo Agustín Hernández y Javier de la Cruz, técnicos de Telecomunicaciones Indígenas Comunitarias (TIC, A. C.), bajan de la camioneta tubos, escalera, rollos de alambre de cobre y cajas de herramienta. Se preparan para subir el cerro Las Tres Marías. La misión no es fácil, mucho menos cuando se tienen que cargar todos esos fierros y herramientas. En la cima de ese cerro está la antena que hoy se cambiará y que sostiene parte del equipo —creado con software y hardware libre— con el que es posible que este pueblo tenga su propia red de telefonía celular. Con los técnicos, en plena faena, están el secretario municipal y los regidores de Educación, Hacienda y Salud; fueron elegidos por usos y costumbres para ocupar esos puestos como parte del tequio, trabajo comunitario que rige la vida social de estas tierras.

San Juan Yaeé, comunidad de poco más de mil habitantes, fue una de las primeras en sumarse a la Telefonía Celular Comunitaria, iniciativa impulsada por Rhizomática y Redes por la Diversidad, Equidad y Sustentabilidad, A. C., organizaciones que desde 2013 trabajan con pequeñas localidades para que operen y administren su propia red de telefonía móvil, una red autónoma que no depende de las grandes empresas que durante años se han negado a llevar el servicio a estas pequeñas poblaciones.

En México, de acuerdo con cálculos de la organización Redes, cerca de 50 000 localidades no tienen telefonía celular; son comunidades con menos de 5000 habitantes, número necesario de pobladores para que grandes empresas consideren otorgar el servicio.

La Telefonía Celular Comunitaria comenzó como un experimento. Hoy es una red presente en 17 comunidades de Oaxaca. Una red que permite a casi 3000 personas comunicarse con celular pagando tarifas mínimas, que ha demostrado que los pueblos rurales e indígenas pueden operar su propia infraestructura en telecomunicaciones y, sobre todo, que ha abierto caminos alternativos para que estas poblaciones tengan acceso a la tecnología.

DE NIGERIA A OAXACA

Para entender cómo nace esta telefonía, hay que contar parte de la historia de un estadounidense, graduado en estudios urbanos por la Universidad de Pensilvania. En Estados Unidos, Peter Bloom conoció a nigerianos exiliados y el sitio de internet que crearon para difundir información censurada en su país: Saharareporters.com. Su interés por los medios independientes tomó fuerza. Viajó al país africano y colaboró con organizaciones que usaban el celular como aliado para divulgar violaciones a los derechos humanos. La herramienta tecnológica comenzó a perder eficacia cuando el gobierno empezó a espiar y a intervenir los teléfonos de los activistas. Además, el costo por mandar mensajes de datos era elevado. Ahí fue cuando Peter se preguntó: cómo hacer que una infraestructura, que la comunicación misma, no estuviera atada a las grandes compañías. Con esa idea fundó Rhizomática.

En Nigeria, Peter realizó experimentos para crear una red descentralizada de celulares. Tuvo avances, pero el proyecto no prosperó. Dejó África y en 2010 llegó a México. En tierras oaxaqueñas comenzó a colaborar con Palabra Radio, iniciativa que impulsa la apropiación de la tecnología en las comunidades y la creación de contenidos para las radiodifusoras comunitarias e indígenas. Conocer el contexto de estas radiodifusoras, su funcionamiento con pocos recursos, su historia de resistencia y el papel central que juegan en los pequeños pueblos —la mayoría sin servicios de telefonía— reactivaron sus reflexiones. ¿Si ya existe la red de radiodifusoras comunitarias —se preguntó— por qué no evolucionar hacia otras redes en el terreno de las telecomunicaciones?

Las herramientas que lo podrían ayudar las encontró en el mundo hacker. En Estados Unidos y Alemania se desarrollaban un par de proyectos de software y hardware libres para instalar redes de telefonía móvil; se trataba solo de experimentos para ser utilizados en festivales de música. Peter entró en contacto con esos hackers. En eso estaba cuando, en noviembre de 2011, conoció a Erick Huerta, abogado que, a mediados de la década de 1990, egresó de la Universidad Iberoamericana.

Erick realizó su servicio social en comunidades oaxaqueñas. Ahí conoció el “México profundo”, aquel que describió Guillermo Bonfil Batalla y que aún persiste. Durante un buen tiempo, Erick dividió su vida en dos. Trabajaba en un despacho especializado en telecomunicaciones y cuando podía viajaba a comunidades indígenas —varias de ellas ligadas al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)— para conocer más sobre sus formas de organización y la defensa de su autonomía.

Durante el sexenio de Vicente Fox, Erick encontró la oportunidad de unir sus dos vidas. En esos años se dieron las reformas al Artículo 2 de la Constitución, para reconocer que las comunidades indígenas tienen derecho a operar y administrar sus propios medios de comunicación, así como a tener acceso a la red de comunicaciones. Al final del sexenio de Fox, Erick trabajó en la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), como director de acceso a tecnologías de información y comunicación. Ahí conoció el proyecto de los centros digitales que formaban parte del programa sexenal e-México, para “llevar internet a las comunidades más alejadas”. Comprobó que “los centros se montaban sin entender las necesidades de las comunidades y sin que existiera la infraestructura necesaria para que funcionaran”. Él intentó corregir esas fallas, pero no logró mucho.

El sexenio de Fox terminó y, con él, la etapa de Erick en el gobierno federal. Lo que siguió fue su interés en continuar trabajando con las comunidades, pero ahora desde la sociedad civil. Creó Redes por la Diversidad, Equidad y Sustentabilidad, A. C., organización que trabaja el tema de la comunicación comunitaria.

En un encuentro de comunicadores comunitarios, realizado en Talea de Castro, Oaxaca, a finales de 2011, Peter conoció a Erick. Le explicó sus ideas de crear una red de telefonía celular para las comunidades, utilizando equipos con software libre. Erick, desde Redes, comenzó a estudiar las posibilidades para obtener el permiso. Peter, con Rhizomática, buscó la forma de obtener el equipo que, en ese entonces, costaba cerca de 35 000 dólares.

La idea de Peter llegó hasta oídos de Minerva Cuevas, artista conceptual que se entusiasmó tanto con el proyecto que consiguió fondos para comprar el equipo; después de utilizarlo en una de sus instalaciones lo donó a Rhizomática. Entre 2011 y 2012 se hicieron las primeras pruebas en la sierra norte de Oaxaca. Se demostró que el equipo sí funcionaba en estas tierras dominadas por los cerros. Lo que seguía era tener una comunidad decidida a instalar la primera red. Esa comunidad fue Talea de Castro.

En 2013, justo cuando estaban las discusiones de la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones, Redes, Rhizomática y la comunidad de Talea de Castro solicitaron a la entonces Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) una concesión experimental para su telefonía celular. La obtienen y el momento no podía ser mejor. Gracias a esa concesión, las organizaciones —sobre todo Redes— lograron incidir para que en la Ley Telecom se estableciera que en el espectro de telecomunicaciones se debe incluir el “uso social”, para que se garantizara el derecho de las comunidades indígenas a tener sus propios medios de comunicación y acceso a las telecomunicaciones.

Imagen del equipo que habilita las comunicaciones móviles en Talea de Castro. De los 500 usuarios que llegó a tener esta red comunitaria, ahora solo continúan 40. “¿Usas Movistar o la comunitaria?”, es una pregunta que se llega a escuchar. Foto: Carlos Salinas/AFP

 

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