EPN: el salvador que no fue
 
Hace (99) meses
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Si la vida fuera justa, Antonio estaría estudiando música. A veces los furiosos riffs de guitarra que marcan el ritmo en Voodoo Child lo despiertan en la madrugada y se imagina como Hendrix en Woodstock. Sin embargo, ya no tiene guitarra porque vendió su Ibanez para pagarse el caro semestre de un instituto de diseño donde no pudo terminar sus estudios.

“Es muy raro porque desde que salí de la prepa, hace dos años, han pasado muchas cosas malas en mi familia. Y, si lo piensas bien, todo tiene que ver con la economía: acá en México si te quedas sin trabajo, a tu familia se la lleva la chingada”, explica el flaco rockero mientras cuenta que sus padres perdieron consecutivamente los empleos en 2013. Desde entonces no consiguen trabajos fijos y a todos los hijos les ha tocado trabajar.
“Mi hermana trabaja en talleres de costura y tuvo que dejar la prepa, mi hermano es aprendiz de mecánico porque no quedó en el Poli ni en la UNAM para estudiar ingeniería. Yo cargo cajas en el mercado de Mixcoac y ayudo a varios taxistas, mientras ahorro para comprarme otra guitarra”, explica con desaliento. Pese a todas las peripecias laborales de Antonio, se considera afortunado porque gana entre 100 y 150 pesos diarios, casi el doble de los 70.10 (4.24 dólares) que son el mísero salario mínimo diario y legal del país.


“Hay gente que está peor, créeme. En Oaxaca muchos chavos ni siquiera hacen el mínimo, tienen que cargar bultos en los mercados y les dan 50 pesos o menos. Lo que sobre, así es la gente. Así es el sistema”, asevera y se marcha a seguir trabajando en los locales de la avenida Revolución en la Ciudad de México.

UN AVIÓN QUE NO DESPEGA

En julio pasado el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) presentó un informe que reveló un incremento de dos millones de personas en los índices de pobreza desde 2012 a 2014. Es decir, durante el mandato de Enrique Peña Nieto, un millón de mexicanos ha ingresado anualmente en las mediciones de pobreza, lo que ubica la cifra de población vulnerable en 55.3 millones de ciudadanos, un 46.2 por ciento del total nacional.


“Desde la década de 1980 el país vive un proceso de depauperización; cuando uno revisa los datos de pobreza por ingresos se da cuenta de que la cifra que teníamos en 1992 es prácticamente la misma de 2014, es decir, los indicadores de pobreza no se han movido en 20 años. Estamos hablando de una clase política que se llena la boca de promesas como mejorar el empleo, salud y educación… pero cuando llegan al gobierno y vemos la permanencia de la corrupción, la ineficacia gubernamental y la ausencia de una visión de derechos humanos, nos percatamos de la profunda crisis que atravesamos”, comenta Saúl Arellano, director editorial de México Social.

Al revisar los índices de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que agrupa a las 34 economías más grandes del planeta con países como Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón y Gran Bretaña, México aparece junto a Brasil y Turquía con los mayores porcentajes de pobreza.
En 2014 los estudios de este organismo revelaron que es el segundo país con menor ingreso per cápita de los hogares, registrando 10 mil 216 dólares anuales, lo que equivale a menos de la mitad de los 20 mil 882 dólares del promedio de la organización. Además es la segunda nación con mayor desigualdad económica según el índice de Gini con 0.47 puntos, sólo superada por Chile con 0.50. El promedio de la OCDE es de 0.31 puntos.

“No existe una estrategia salarial orientada a reducir la desigualdad, por un lado, y fortalecer el mercado interno. La clase política no ha logrado implementar inversiones públicas en infraestructura orientadas al sur del país para revitalizarlo y reducir las enormes desigualdades que se viven en Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán”, asevera Jaime Ros Bosch, experto en economía e investigador de la UNAM.

Ros acaba de publicar ¿Cómo salir de la trampa del lento crecimiento y alta desigualdad?, un libro donde analiza el zeitgeist económico y social de México. Este volumen se conecta con un trabajo anterior titulado Algunas tesis equivocadas sobre el estancamiento económico de México. En ambos ensayos el experto plantea la necesidad de una política de reforma fiscal que efectivamente eleve los ingresos públicos en los porcentajes del Producto Interno Bruto (PIB) para que el Estado pueda mejorar servicios públicos como la infraestructura física, seguridad, salud y educación.


“Hay que poner en marcha un mecanismo que provea de los recursos necesarios para las inversiones públicas; desgraciadamente en México no se ha logrado imponer ese criterio en los políticos del país. Ni la derecha, el centro o la izquierda han avanzado a una reforma fiscal redistributiva. Es una cosa muy extraña para mí porque, en otras partes, normalmente es la izquierda la gran abanderada de la redistribución del ingreso y las reformas fiscales progresivas, pero acá eso no ha sucedido”, explica el investigador.
Muchas crisis pasadas han definido el actual estado de las cosas en el país. Los expertos ríen y se tornan serísimos cuando pasan revista a lo que llaman “la esquizofrenia económica mexicana”. Para cualquier observador son tres o cuatro países los que se agolpan en el mismo territorio físico de México donde, por ejemplo, cuatro hombres (Carlos Slim, Germán Larrea, Alberto Bailleres y Ricardo Salinas Pliego) incrementaron su riqueza desde 2 por ciento del PIB mexicano en 2002, a 9 por ciento en el periodo 2011-2014, según un estudio de Oxfam. No olvidemos que es la misma nación donde conviven más de medio centenar de millones de pobres.

Para rastrear los inicios de la vasta desigualdad que permea todos los estratos sociales, uno de los momentos clave parece ubicarse en el sexenio de José López Portillo (1976-1982). El mandatario, escogido por el presidente Luis Echeverría, recibió de éeste una herencia económica compleja con una de las devaluaciones más severas vividas hasta ese momento y un préstamo del Fondo Monetario Internacional que lo obligaba a que su gestión mantuviera un presupuesto reducido y bajos salarios.
Nadie contaba con la guerra del Yom Kipur cuando la interrupción de la venta de petróleo de los países árabes a Estados Unidos y Europa catapultó a México como el primer exportador de crudo, lo que elevó el PIB 8 por ciento anual y se redujo la tasa de desempleo en 50 por ciento.

Tanta bonanza económica distorsionó la gestión de López Portillo con múltiples denuncias de corrupción y malos manejos burocráticos. Muchos excesos recuerdan el estilo saudita de los países petroleros y los mexicanos aún hablan de cuando el presidente hizo que el papa Juan Pablo II hiciera una parada especial durante su viaje a México, para oficiar una misa especial en Los Pinos por la recuperación de la madre del mandatario.

La ilusión de crecimiento iniciada por los 100 mil millones de dólares que recibió el país entre 1978 y 1981 duró poco, y con el advenimiento de la baja del crudo, junto a una serie de préstamos internacionales, para febrero de 1982 el peso tuvo que devaluarse en 400 por ciento. El dólar escaló de 28.50 pesos a 46 y 70 pesos. Tuvo que cerrarse el mercado cambiario como medida de emergencia porque la divisa estadunidense llegó a superar el centenar de pesos. Es una de las hecatombes económicas cuyas secuelas aún hoy se sienten.


“Era necesario un cambio de modelo. El sector público estaba demasiado obeso, interfería mucho y era ineficiente, entonces se pensaba que si quitábamos la inversión pública se iba a disparar la privada. Del gobierno de su sucesor en 1982, Miguel de la Madrid, para acá la inversión pública cae de 12 por ciento a 4 por ciento, según cifras del Inegi. Es decir: bajó 8 puntos, y la privada no subió eso, sino como a seis, más o menos. Entonces hoy tenemos un cociente de inversión menor que en 1982, no es de 25 por ciento mínimo necesario, tal vez sea de 5, 6 por ciento, entonces ¿cómo vamos a crecer sin inversión? No es una paradoja, al contrario, ¿por qué demonios vamos a crecer? No hay razones porque lo más dinámico es el sector de exportaciones y eso no jala al resto”, explica Juan Carlos Moreno-Brid, quien es profesor de la UNAM y ocupó importantes posiciones en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), donde estudió el desarrollo económico de los gobiernos latinoamericanos.

Willy Zapata, quien fue jefe de la Unidad de Desarrollo Económico en la Cepal, explica que, como el objetivo político en México es la estabilidad económica, a la larga eso genera, desde el punto de vista fiscal, la idea de tener cero déficit como resultado óptimo, por lo que debe reducirse.

“Es una paradoja porque el Estado mexicano quiere tener casi cero déficit fiscal, sin subir ingresos, entonces la única forma es mantener constante el gasto, pero como lo único que puedo reducir es el gasto corriente entonces no tiene recursos para invertir. Si no invierto, ¿cómo puedo generar crecimiento? Tampoco hay incentivos para la inversión privada, entonces no hay un fondo económico que sustituya a los recursos públicos”, asevera el experto.

Sin embargo, no todo son “malas” noticias. Este mes el FMI resaltó las bondades de la política económica de la administración de Enrique Peña Nieto por proyectar resultados mucho más estables que los de sus competidores del mercado latinoamericano. Distante de la recesión brasileña y el desastre bíblico venezolano, México emerge, según este organismo, como un país confiable en medio de la volatilidad que azotó las economías regionales durante 2015.

Luego de la más reciente revisión de los indicadores, el FMI proyecta un incremento del PIB de 2.25 por ciento, una cifra muy por encima del -0.3 por ciento del promedio regional. Sin embargo, no es ni la mitad de las expectativas reales del país que necesita, por lo menos, de 5 por ciento. Al salir de las frías abstracciones financieras y transnacionales, aún queda un preocupante saldo real que son los millones de ciudadanos que no se ven reflejados en esas cifras macroeconómicas.

“Lo que pasa es que detrás de todo eso hay proyectos políticos. Los organismos internacionales han hecho que muchos países transiten hacia un sistema económico y social más similar al de Estados Unidos, donde todo está enfilado hacia el Consenso de Washington y, como no dan buenos resultados, de todas maneras tienen que decir que vamos muy bien. La tasa de crecimiento en México desde la década de 1990 a la fecha ha sido de 1 por ciento en promedio, cuando en el periodo previo había sido del orden de 5, 6 por ciento. Entonces tienen que justificar y decir que la desigualdad está disminuyendo, la movilidad va aumentando, la pobreza cae y que ahora sí empezó el nuevo modelo, pero eso no es cierto”, asevera con amargura Fernando Cortés, profesor emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

Cortés explica que, si se toman los datos de 2010 y se comparan con 2014, puede verse que el país está más o menos igual, pero los niveles de pobreza empeoran mucho más. El académico explica que hay cuatro factores principales que afectan los niveles de pobreza. El primero es el ingreso porque cuando cae la pobreza aumenta, otro es el efecto desigualdad que cuando aumenta, incrementa la pobreza de inmediato. Un tercer factor es el efecto de los programas sociales, y otro elemento estriba en la variación de los precios de los bienes que forman parte de la canasta alimentaria y la no alimentaria.

“En la academia me enseñaron que, cuando tengo una hipótesis y la contrasto con los hechos pero no coinciden, entonces tengo que rechazarla. Lo que ocurre en este país es que todas las contradicciones por las reformas estructurales en las década de 1980 y 1990 decían que México tenía que empezar a crecer rapidísimo y no pasó. Entonces la clase política no rechazó la hipótesis, sino que la modificó varias veces. La forma como se maneja el Poder Ejecutivo es rara, pareciera que la información no le llega porque no hay reacciones al malestar de la población. Casos sobran, como el del secretario de Comunicaciones y Transportes, los escándalos de las casas, en fin, parece que el político no está conectado con la sociedad mexicana”, concluye el estudioso.

POBREZA EN EL INFRAMUNDO

Fernando vive en Saltillo, Coahuila, y está en pleno proceso de reincorporación a la sociedad, luego de purgar 18 años por un delito. Si para los ciudadanos normales conseguir un trabajo es complicado, el infierno de Fernando sólo es comparable con ciertos grabados de Goya.

“Todos los internos no sabemos si debemos sentirnos alegres de salir libres, todos queremos volver al mundo, pero te enfrentas a la discriminación y falta de oportunidades, si no hay trabajo para la gente común y corriente es muchísimo más complicado para un expresidiario. Uno carga el estigma de la carta de antecedentes penales”, advierte.

Fanático de la lectura, Fernando se atrevió a escribir recientemente y es uno de los autores de Tic Tac, volumen que reúne los trabajos de varios reclusos con inquietudes literarias, partícipes de un taller respaldado por la diócesis local durante dos años. Son narraciones extraordinarias, más allá de sus incorrecciones formales, por devenir como frescos de ese mundo sin reglas y, sumergido en la ilegalidad, que impera dentro de los penales mexicanos.

“Noventa por ciento de los internos presos son personas de bajos recursos económicos. La ley que nos rige es más pa’ los pobres que pa’ los ricos y hay mucha gente con falta de recursos, incluso dentro de los Ceresos porque allí hay trabajo, pero con unos sueldos bajísimos que malbaratan la mano de obra. Sobre todo hacemos manualidades porque no se permite el ingreso de grandes maquinarias por el régimen de seguridad”, explica.

Para entender las condiciones laborales en los penales basta con saber que en el interior de los centros penitenciarios se pagan unos 350 pesos por semana (21 dólares), pero las jornadas son de 12 horas diarias (70 pesos por jornada) y se les ofrece la oportunidad de doblar turno, para tener un poco más de ingresos. Según la experiencia de Fernando, un recluso ganaba unos 5.83 pesos por hora (unos 35 centavos de dólar, aproximadamente).

“No hay una preparación para enfrentarte a la sociedad, después de tantos años nadie avisa nada. Yo merecía salir en libertad desde dos años antes, sin embargo, los trámites burocráticos hacen que tengas que pelearle tus derechos al gobierno que no te da nada. Los programas sociales deberían estar dirigidos a la gente de bajos recursos económicos para que consigan trabajos bien pagados porque ahorita no hay. Hay empleos con sueldos muy bajos, que no alcanzan. Vivo solo, pero le mando dinero a mis hijos y duermo en el suelo porque acabo de salir. Sin embargo, uno solo sobrevive, pero una familia de una madre soltera con sus dos hijos no sobrevive en México”, advierte.

 

POLÍTICA DE PANTALLA

Organizaciones como Acción Ciudadana frente a la Pobreza estiman que hay 63.8 millones de personas con un ingreso insuficiente para cubrir sus necesidades básicas. Esto, totaliza arriba de la mitad de la población del país, un porcentaje del 53.3 por ciento porque le suman 3 millones más de personas que en 2013. De esa cifra, los voceros de esta iniciativa afirman que hay 24.6 millones de personas, uno de cada cinco mexicanos (20.6 por ciento), que no perciben los ingresos suficientes para comer.

“Hay un millón más de pobres que en 2012. Por eso vemos que no hay nada que festejar, no importa lo que diga el FMI. Lo que le debe quedar claro a las personas es que el factor central del incremento de la pobreza son los bajos ingresos, por eso el primer cambio de fondo frente a la pobreza debe ser promover la mejora del ingreso. Se requieren nuevas políticas económicas porque no bastan los programas sociales”, afirma el investigador Rogelio Gómez Hermosillo, coordinador de la organización.

Gómez explica que “repartir cosas” como despensas, uniformes, tenis, pisos de cemento, cheques y pantallas de TV no constituye una política social. Luego de la reforma al artículo 1 de la Constitución, “es obligación de las autoridades garantizar los derechos de la población. La política social debe cumplir esta obligación”, asevera, y propone la implementación de políticas económicas incluyentes para la mejora de ingresos y políticas sociales con enfoque de derechos.

Fernando Cortés difiere de esta posición y pondera las bondades de los programas sociales que, según él, siempre han abatido la pobreza. El gran problema es que las variables económicas funcionan al revés y la economía no crece, no se crean empresas ni empleos, por lo que el efecto de atenuación de las políticas sociales no es lo suficientemente sólido como para superar la generación de pobreza.

“En realidad, México no tiene una política social integrada, hay un conjunto de programas sociales que abordan distintos problemas, todos muy diversos, pero no hay una política de Estado o una línea homogénea para lograr los objetivos que se plantea la sociedad. Los programas sociales se han ido sumando, unos a otros, a lo largo del tiempo, por lo que el Coneval ha registrado más de seis mil programas sociales, y eso es una locura. Lo peor es que van a seguir aumentando porque son federales, estatales y municipales y aún falta 77.5 por ciento de los municipios, por lo que serán muchos más. Son iniciativas desarticuladas que responden a intereses de distintos gobiernos, en distintos momentos. Una vez que un programa nace, nunca más desaparece”, asevera.

Saúl Arellano comenta que, a sus 40 años, aún no puede sacarse de la cabeza la idea de que vive en tres países distintos. Uno de 20 millones de personas que tienen acceso a buenos niveles de bienestar, otro de 80 millones que son vulnerables porque no tienen acceso a alguno de los servicios elementales como educación, salud y vivienda y, en la parte de abajo de la pirámide social, otros 55 millones de personas que viven, literalmente, en la miseria todos los días.

Explica que tres de cada diez jóvenes en edad de bachillerato no tienen, ni siquiera, el espacio o la cobertura suficiente para estudiar. Si se trata de la población de 18 a 24 años, siete de cada diez no pueden ir a las universidades, por lo que define a su país como una nación que cierra las puertas y empuja a muchos ciudadanos al crimen organizado.


Para Arellano no hay clase media, ve ese rango social como un mito genial de los gobiernos porque no hay movilidad social: “Si algo nos caracteriza es que los que nacen pobres van a morir pobres. Un estudio reciente muestra que el porcentaje de movilidad social en México es de 8 por ciento, por lo que si naces pobre tienes 92 por ciento de probabilidades en contra para superar tus carencias. Eso habla de un país sin esperanza ni proyecto social”.

Como país federal, México tiene recursos operados a través del gobierno de la república por programas centralizados como Prospera, los desayunos escolares y el de abasto social que Arellano piensa que han ido avanzando. Comenta que están bastante controlados por las listas de ciudadanos que los reciben, quienes tienen registrado su IFE, pero coincide con Cortés en que el gran problema han sido los municipios.
“Desde 1998 a 2014 se ha invertido alrededor de 5.4 trillones de pesos en infraestructura social, pero aún tenemos diez millones de ciudadanos sin agua potable y 45 millones viviendo sin servicios como baños y electricidad. Los municipios, por ejemplo, no se auditaban hasta este año porque no eran sujetos obligados por la ley. Por eso no cuentan con metas claras y objetivos definidos, eso lo aprovechaban los alcaldes y gobernadores que hacían lo que les daba la gana con ese dinero, sin rendirle cuentas a nadie”, asegura el directivo de México Social.

RETRATO DE NOVELA TRISTE

Las condiciones que han generado y perpetuado la pobreza mexicana han sido una preocupación constante de la academia y los movimientos sociales. Yehezkiel Lefkowitz, mejor conocido como Oscar Lewis, fue uno de los antropólogos más célebres del siglo pasado, y en su libro Los hijos de Sánchez narra la historia de una familia mexicana de la década de 1950. Este volumen se ha constituido en uno de los retratos más vívidos y crudos de la cultura de la pobreza.

“El cuarto tenía una cama, donde dormían Faustino y su mujer. Los demás dormíamos sobre pedazos de cartón o en mantas o trapos esparcidos por el suelo. El único mueble era una cómoda rota, sin puertas, y una mesa que por la noche había que llevar a la cocina para lograr más espacio. Socorrito dormía con su marido y sus hijos en un pequeño sitio entre la cama y la pared. Paula y yo tendíamos nuestras cosas a los pies de la cama. Mi cuñada Delila y su hijo dormían al otro lado de Paula, y mi suegra y su marido dormían en el rincón, cerca de la cocina, donde de día estaba la mesa. Era así como 13 de nosotros, cinco familias, nos acomodábamos en ese cuartico”, recuerda Manuel, el primogénito de Jesús Sánchez, el patriarca de la familia retratada por Lewis.
Como si el tiempo se hubiese detenido, la historia de Francisco no parece narrarse en este siglo XXI, sino ser una parte de la saga de los Sánchez. A sus 63 años maneja un taxi alquilado por 12 horas diarias, los siete días de la semana, y en cada jornada debe producir 900 pesos diarios (54.36 dólares).

Las matemáticas de su pobreza dividen la suma de esta manera: 300 pesos para combustible, 300 más para el dueño del coche y, por lo menos, 300 más para sus gastos (18.12 dólares por día).

“Trabajar 12 horas es una madriza, la verdad. Pero si uno no hace así, no gana nada. El sueldo mínimo son 70 y cacho, pero te metes a una fonda y el almuerzo te cuesta 50 varos o más, ahí ya se te fue el mínimo, y ¿cómo le haces para mantener a la familia?”, explica mientras maneja un destartalado Tsuru por el tránsito del Distrito Federal.

Para Francisco, el retiro no es una opción. Pese a que la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) recientemente reveló que 69 por ciento de los 8.26 millones de mexicanos con 65 años o más reciben apoyo del Programa Pensión para Adultos Mayores, este conductor no se confía.

“En México nosotros no podemos retirarnos, esa es la verdad. Vivo en una casita de tres cuartos con mis tres hijos, cuatro nietos y mi esposa. Al final uno recibe una pensión de un poquito más de mil pesos, pero acá uno anda por su cuenta. El Estado no pinta para nada porque el pinche gobierno sirve nomás para cobrar impuestos a todo el mundo”, exclama con desaliento.

LOBOS CUIDANDO OVEJAS

Según Transparencia Internacional, México es el país con la mayor percepción de corrupción en la OCDE y ocupa el puesto 103 (de 174) del ranking global, detrás de países como China, India y Egipto. Esto, emerge como uno de los principales frenos al crecimiento del país, puesto que organismos internacionales como el World Economic Forum (WEF) consideran que le cuesta entre 2 y 10 por ciento del PIB anual.


Arellano es de los que piensan que un aspecto clave de esta problemática reside en el Sistema Nacional Anticorrupción, que no se ha implementado, por lo que ubica el costo anual de la corrupción entre 350 mil y 450 mil millones de pesos. “Los indicadores dicen que a los pobres se les asigna un costo por corrupción, directo o indirecto, de 180 pesos y sus ingresos trimestrales son de 300 pesos apenas (18.12 dólares). Evidentemente la corrupción los afecta por el acceso a programas públicos y, por otro lado, terminan aceptando la incapacidad de los gobiernos para darles servicios y ejecutar obras públicas que se dejan de hacer porque se roban las partidas, o quedan mal hechas”, acota.

La impunidad es un factor determinante en el arraigo de estas prácticas: entre 1989 y 2012 se presentaron 459 denuncias penales en la Auditoría Superior de la Federación, pero sólo siete fueron consignadas por la Procuraduría General de la República. Moreno-Brid explica que el fenómeno de la corrupción es casi universal porque no conoce ningún país donde no haya alguna denuncia de ese flagelo y fija su atención en la ausencia de castigo para los corruptos y otros aspectos.

“A diferencia del pasado, ahora hay leyes de transparencia y muchos mecanismos de control, por lo que me cuesta mucho trabajo pensar que somos más corruptos ahora, la verdad no lo creo. Convertir la corrupción en la causa de todos los males es algo ingenuo. La impunidad sí afecta mucho y debe combatirse aplicando las leyes que ya existen. Pero muchos países más corruptos que nosotros crecen mucho más, no es un tema ético, hay una visión errada de país porque, mientras no se logre la distribución del ingreso, no vamos a crecer más. La OCDE ya dijo que desde el año 2000 para acá, la desigualdad nos costó 10 puntos del PIB”, concluye el académico.

Cortés añade que la desigualdad es lo que provoca los altos índices de conflictividad en México, además explica que ya se comprobó de forma práctica y teórica que, a menor desigualdad, se produce un mayor crecimiento económico y esto incide en la disminución de la pobreza.

“Si nosotros logramos un mejor ingreso para disminuir progresivamente la desigualdad, al hacerlo atacamos la pobreza porque trasladamos el ingreso de los que tienen a los que no tienen nada y, al mismo tiempo, la economía crece. Eso significa que vuelven a caer los índices de pobreza y podría iniciarse un círculo virtuoso, la gran pregunta es, si eso se sabe científicamente, ¿por qué el gobierno no lo hace?”.

Según cifras del Inegi, 80 por ciento de la población nacional considera que sus gobernantes son corruptos, un porcentaje similar no cree que los partidos políticos los representen ni piensan que los diputados y senadores luchan por sus necesidades, sino que actúan en favor de sus intereses propios. Tantos elementos adversos configuran el escenario perfecto para la actual crisis política.


“En este país tradicionalmente existe el ‘estilo personal de gobernar’ que está ligado al liderazgo, tanto del presidente como de los gobernadores y presidentes municipales, pero esas cifras demuestran que tenemos una crisis de liderazgo. Necesitamos políticos que tengan la capacidad de generar confianza en la ciudadanía porque estamos urgidos de una transformación. Como decía Miguel de la Madrid, es necesaria una ‘renovación moral del gobierno’ porque la alternancia no alcanza. Llegan gobiernos del PAN, el PRI o PRD y dan los mismos malos resultados. No hay ninguna entidad de la república que pueda decirse ejemplar en el manejo de recursos, la gobernanza y democratización; esto, explica por qué los mexicanos ven, con clara desconfianza, el capitalismo de cuates que su clase política ha instaurado”, finaliza el vocero de México Social.

ELECTROSHOCK AL MERCADO INTERNO

Jaime Ros se decanta por ciertas medidas que podrían mejorar el estancamiento de México. Dice que una política salarial orientada a reducir la desigualdad y fortalecer el mercado interno sería un buen inicio, además de fomentar una estrategia de inversiones públicas en infraestructura orientada, sobre todo en el sur del país con el fin de reducir los altos índices de pobreza existentes en esos estados.

“Es imperativa una política de reforma fiscal que efectivamente eleve los ingresos públicos en los porcentajes del PIB para que el Estado pueda mejorar los servicios públicos y, además, provea de los recursos necesarios para las inversiones en todo tipo de infraestructura. Además, es necesaria una política de tipo de cambio real muy estable que apoye el crecimiento, eso puede requerir cambiar el mandato constitucional del Banco Central. Es necesario que se enfoque no sólo en la estabilidad de la moneda y la baja inflación, sino también en las metas de crecimiento y empleo”, acota el experto.

Moreno-Brid también resalta la importancia del fisco, pero advierte que eso siempre dependerá de que la sociedad acepte que deben tomarse medidas. En su opinión, ese cambio requiere de un consenso social, un pacto de cuánto quieren los ciudadanos que el gobierno gaste y cuánto quieren pagar para que el gobierno mejore.

“En el mundo actual, después de 2008-2009, pensar que crecer hacia afuera y exportar a lo bestia será la solución, es algo irreal. Si la exportación no nos dio antes, ¿por qué nos va a dar ahora? Debemos crecer con el mercado interno porque somos 120 millones de habitantes, hay que mejorar las condiciones del mexicano normal, que es 52 por ciento pobre y 80 por ciento vulnerable. Lograr un mercado interno fuerte es algo que suena precioso, pero eso conlleva una política de redistribución”, explica.

Mientras se logra establecer esa alianza o aparece un liderazgo político comprometido con los cambios en el sistema, las vidas de Antonio, Fernando y Francisco transcurren sin parar. Son reflejos vivos de las fallas del sistema que tienen una resonancia permanente con las vivencias de millones de mexicanos.
“Yo creo que en un año y medio podré comprarme una guitarra usada. A lo mejor hasta un ampli… no voy a abandonar mis sueños”, dice Antonio mientras apila cajas y procura no estropearse los dedos para volver a tocar algún día. Quizá como Hendrix.

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