María Catalina Hernández Hernández, de 33 años de edad, madre soltera de una menor de edad, vive junto con su progenitora y su hija en una humilde vivienda de palos, piso de tierra y lámina de cartón en la comunidad Tepeica, perteneciente a San Felipe Orizatlán.

Sillas de madera y plástico, anafres, utensilios, cubetas, un radio que funciona con pilas –aún de los de casetera– son algunos de los artículos que se observan en la casa.

En la cocina, donde prepara los alimentos, María Catalina explica que el terreno que ocupa como hogar le fue heredado por sus abuelos. Desde hace generaciones, lamenta, nunca han tenido agua potable, drenaje sanitario ni energía eléctrica, pues asegura que las autoridades no han querido reconocer su centro poblacional.

“Todos los días tenemos que comprar velas para poder contar con un poco de luz por las noches, aunado a que a nuestros hijos, para llevarlos a la escuela, tenemos que caminar más de una hora hasta la zona urbana de San Felipe Orizatlán, pues carecemos de un buen camino que nos acorte las distancias”, afirma.
Ella es una de las 12 personas, nueve adultos y tres menores de edad, que habitan esta humilde comunidad de la Huasteca. Aquí sólo dos personas hablan español; las otras se comunican en náhuatl, su idioma original.

En este pequeño poblado, ubicado a unos 20 kilómetros de la cabecera municipal San Felipe Orizatlán, las siete viviendas erigidas no cuentan con sanitarios. Para hacer sus necesidades fisiológicas, los habitantes utilizan los alrededores del monte.

Además, el suministro de agua es un arroyo. Pese a que hierven el líquido para beberlo y hacerlo potable, no están exentos de un problema de salud.

Las dos familias que conforman Tepeica reflejan la dificultad de subsistir en esas condiciones de desigualdad durante años, pues la falta de los servicios más básicos no es el único problema.
Para llegar y salir de este lugar, sus habitantes utilizan varias veredas estrechas, ya que tres ranchos, dedicados a la ganadería y a la producción de naranja, rodean la localidad. No existe un camino público, y los que hay son propiedad de los ganaderos, quienes tienen bajo llave los accesos.

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), organismo público federal descentralizado con autonomía y capacidad técnica para generar información sobre la pobreza, señala que Tepeica se encuentra en condiciones de muy
alta marginación.

De acuerdo con el Consejo Nacional de Población (Conapo), la marginación se asocia a la carencia de oportunidades sociales y a la ausencia de capacidades para adquirirlas o generarlas, pero también a privaciones e inaccesibilidad a bienes y servicios fundamentales para el bienestar.

Omar Fayad Meneses, gobernador de Hidalgo, informó durante un acto desarrollado en la comunidad Huitzitzilingo, el 2 de febrero pasado, que instruyó al subsecretario de Gobierno en la Huasteca, Gerardo Canales Valdez, y al subsecretario de Atención a Comunidades Marginadas e Indígenas de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso) de Hidalgo, Héctor Pedraza Olguín, a atender “de inmediato” la situación que se vive en Tepeica.

El sustento de los pobladores de la localidad, afirma la mujer, es el campo, principalmente como empleados de los ganaderos; algunos sólo tienen trabajos intermitentes.

En su caso, relata quien para llegar a la cabecera del municipio tarda una hora, labora como empleada doméstica, con un ingreso no mayor a 100 pesos, entrada económica que no diario puede percibir, pues sólo la contratan por algunos días de la semana.

Como desde hace muchos años, dice María Catalina, espera que las autoridades volteen la mirada a Tepeica.

Contar con panales solares que le aporte algún programa gubernamental, reconoce la madre de familia, sería un buen comienzo para tener servicios básicos y poder salir de la alta muy marginación en la que subsisten.