Como de otro mundo
 
Hace (80) meses
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Bienvenidos a la luna. Son las palabras que Elí, nuestro guía, dice justo a medio camino del Volcán de Pacaya. Gran parte del recorrido transcurre entre ceniza y piedras grises o totalmente negras, lo que -por momentos- nos hace pensar que estamos en otro planeta.
El escenario remite a una película de ciencia ficción, aunque llegar aquí no implicó viajar al espacio; tan sólo hubo que tomar la carretera CA-9 desde la Ciudad de Guatemala y hacer un recorrido de hora y media en auto.
El Volcán de Pacaya es de los más buscados entre los viajeros por su fácil acceso y, para visitarlo, no se requiere de tener una gran condición física, sólo no es apto un paseo ahí si el visitante tiene problemas de espalda o del corazón. Además, el sitio regala experiencias únicas.
La aventura inicia en la aldea Concepción El Cedro, donde se halla la entrada al sendero de La Corona. El guía ha optado por este acceso, y no el del sendero principal, debido a que se recorre en menos tiempo y porque de entre los 3.5 kilómetros que implica el ascenso, 2.5 de ellos se pueden realizar a bordo de pick ups o en vehículos 4×4.
El acceso al Parque Nacional Volcán de Pacaya y Laguna de Calderas tiene un costo de 50 quetzales (125 pesos) por extranjero, como requisito, siempre se debe ir acompañado de un guía avalado por el parque, quien cobra 200 quetzales (500 pesos) por grupos de 15 personas o menos. La renta de la pick up puede variar entre 500 quetzales (mil 250 pesos) u 800 (2 mil pesos) por grupo.
Tras subir a la caja de la camioneta, se siente por aproximadamente 20 minutos, cómo el vehículo se enfrenta al sinuoso camino, entre ramas y lodo. El recorrido no es del todo cómodo, pero se trata del “sacrificio” que hay que pagar con tal de caminar un poco menos.
Justo donde se halla una antena de telecomunicaciones, Elí, el guía, señala que es momento de bajar el vehículo y quemar las calorías del desayuno.
Son cerca de las 10 de la mañana y el cielo está nublado.
Dicen los guatemaltecos que para encontrar la paz o la respuesta a un problema simplemente hay que buscarla en la cima de una montaña o de un volcán, que las alturas hay algo mágico, misterioso y que otorga la sabiduría necesaria a quien más lo necesita. Quizá es una mera creencia, quizá es verdad; pero lo que es un hecho es que al visitar un volcán, especialmente uno como el de Pacaya el alma se regocija con impresionantes vistas.
Por momentos, la neblina es tan densa que si nos alejamos unos tres metros del resto del grupo, dejamos de ver a los compañeros. Hay que seguir la voz de Elí para volver a encontrarnos todos juntos y hacer caso a la advertencia de no abandonar el sendero.
Si bien se trata de un volcán activo, está monitoreado constantemente por el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología de Guatemala que emite alertas cuando no resulta seguro visitarlo.
Muy cerca de la cima hay una tienda. Sí, casi en medio de la nada en Lava Store, el viajero encuentra pulseras, collares y
otros souvenirs.
Cuando ya nos acercamos a la cima, de pronto una parte del sendero se vuelve totalmente verde, otra sigue gris. Elí explica que debido a la humedad y que en esta zona hay más nutrientes en la tierra, es más fácil que las plantas crezcan.
Por cuestiones de seguridad, el acceso al cráter no está permitido. Sin embargo, un milagro sucede: la neblina se esfuma y logramos verlo a lo lejos.
Los escenarios que nos ha regalado el camino, nos dejan más que satisfechos, la aventura ha valido la pena. Hay que regresar al hotel y planear la siguiente aventura: Guatemala siempre tiene algún rincón que arrebata suspiros.

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