Intempestiva y colorida llegó La Caravana del Rock And Roll al Auditorio Nacional.
Diez mil personas se le unieron con la misma energía, en el primero de tres conciertos.
Y es que no era poca cosa: Palito Ortega, César Costa, Angélica María y Enrique Guzmán pisarían el
mismo escenario.
El primero de los grandes estelares en aparecer fue el argentino, enfundado en un impecable traje en blanco y negro. Enamoraba con La Felicidad y alocaba melenas con Despeinada.
Con esa misma canción honró a Juan Gabriel, reproduciendo un video del Divo de Juárez y cantando sobre su pista.
Vestida de Novia y su clásico Prometimos No Llorar le valieron ovaciones pero, sobre todo, la comunión del público.
El sudamericano dejó el escenario con el público ondeando pañuelos, como les solicitó “por sus hermanos, por su familia, por su país”.
César Costa era la elegancia sobre el escenario.
Y los “César, César” se dejaron venir antes de Dile  Que la Quiero.
Cuando cantó Besos por Teléfono enloqueció el Coloso de Reforma, pues caminó por la explanada y dio unos brinquitos de baile.
“Me van a disculpar, pero esta canción necesita cambio de vestuario”, dijo para quitarse el saco, ponerse su característico suéter y cantar Mi Pueblo.
Para Angélica María sonaron los trombones y trompetas de Vivaracho, las teclas de Paso a Pasito, las percusiones y baterías de Johnny el Enojón y los coros de El Día.
Su sonrisa, carisma, diversión sobre el escenario, y apapacho al público la hicieron la reina de la noche, especialmente cuando cantó A Dónde Va Nuestro Amor.
Y luego entró su ex novio, aquel que anduviera de picaflor con otras cuando a ella le brillaban lo ojitos.
Enrique Guzmán cantó Agujetas de Color de Rosa, Tu Cabeza En Mi Hombro, Gotas de Lluvia y hasta La Boa.
Pero el verdadero goce fue verlo rasgando esa guitarra, tocando esos riffs y cantando Lucila.
El show había empezado a las 20:30 horas con Los Hitters y su desenfrenado estilo.