Rebozo de bolita, otro símbolo de identidad nacional
 
Hace (90) meses
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Don Adrián Vázquez Hernández abre la puerta de su casa y al instante traslada al visitante a un México para muchos desconocido. Un México en donde los artesanos textiles, de distintas generaciones, urden sueños y anhelos en vistosos hilos de colores.

Un sonido inunda el patio-taller de su casa, el constante chaca-chaca del telar de pedales que anuncia la creación de un nuevo rebozo de bolita. “Aquí tejemos (en Tenancingo), entre otros, el rebozo tradicional; ahora es conocido como de labor, pero por muchos años se le llamó rebozo de bolita”, cuenta el artesano de 77 años de edad.

Este rebozo, que ha sido inmortalizado en la cultura popular mexicana, no es otro que el rebozo de algodón. “El nombre se debe a que la madeja viene enrollada en una bolita, así inicia todo el proceso, hay que desenrollarlo para comenzar con el rebozo”, asegura don Adrián.

Aunque las exigencias del mercado han obligado a introducir algunos cambios en el estilo, tamaño y hasta en el color del rebozo, lo que no cambia es la forma colonial de su proceso de elaboración.

Todo comienza con el devanado del hilo, después se urde, se acomoda, se bolea, se amarra, y se tiñe. El proceso sigue de 15 a 18 pasos hasta que el rebozo está completamente listo. Compuesto de tres mil 200 a cuatro mil hebras entrelazadas según la imaginación y creatividad del artesano rebocero.

“Mi padre tejió en estos telares y mi abuelo antes que él. Se han introducido algunos pequeños cambios en la casa, pero el taller sigue siendo el mismo, han pasado más de cien años y tres generaciones”, asegura Hermilo López Izquierdo, otro especialista del arte.

El rebozo bien podría contar mil y un relatos de la historia mexicana, entre ellas anécdotas de su paso como manto de crianza, como cuna improvisada, como tela protectora de las inclemencias del tiempo, y como confidente de amores y dolores.

Una de estas historias es la de don Crispimiano López quien fundó en 1908 su taller rebocero por amor a una mujer. Él no tenía dinero ni bienes, todo lo que pudo conseguir fue comprar un telar y con la primer pieza que elaboró pidió la mano de su amada. Ella, en agradecimiento, portó la prenda el día en que se casaron.

Ahora, su nieto, Hermilo López, continúa la tradición. Y así, la técnica del hilado se ha ido heredando de generación en generación, su origen data de la segunda mitad del siglo XVI, en la época colonial, con la traída de la mantilla española y su mestizaje con los textiles mesoamericanos.

El cronista municipal, Héctor Gordillo Camacho, asegura que el primer registro de esta prenda se encontró en un inventario de bienes en el Convento de la Encarnación, en la cual se enumera un “paño de arrebozar” que perteneció a Sor Inés de la Asunción. Desde ahí el término se volvió popular.

Son varios los estados y municipios dedicados al tejido de rebozo, pero es Tenancingo el municipio más popular en el arte de tejer rebozo de bolita, afirma el historiador Heriberto Ramírez Dueñas.

Una cosa ha cambiado, ahora las nuevas generaciones de reboceros ya no sólo tejen en algodón, sino también en seda y en artisela.

En la rebocería “El Listoncito”, Orlando Velázquez Valdez muestra sus piezas, las más caras llegan a costar hasta tres mil pesos, mientras que las más baratas, 200; “todo depende de la calidad del material y de la pericia en la elaboración”, dice.

No es el único, la vida de este municipio mexiquense gira en torno a esta ancestral prenda, sólo en la cabecera municipal hay 28 talleres textiles que dan trabajo a cerca de mil personas, algunos dedicados al hilado en telar de pedal o colonial, otros al telar de cintura o aleño.

Cualquiera que sea el instrumento, el trabajo resulta igual de laborioso, “Uno se puede tardar una semana o hasta un año, depende de la calidad del rebozo, pero en definitiva lo más laborioso es el trabajo de empuntando, que lleva mínimo dos meses de trabajo”, afirma Hermilo López.

La punta es la parte complementaria del arte rebocero. Es el entrelazado del flequillo, hebras de 30 centímetros que manos expertas y pacientes entretejen hasta formar imágenes de flores, aves o hasta frases y nombres. Cualquiera que sea la figura, requiere una inimaginable cantidad de horas.

“Un mes, tres meses, me puede llevar mucho tiempo, todo depende de la dificultad de la punta, por ejemplo, a mí me gusta trabajar con colores y con figuras, así que resulta más trabajosa”, explica la puntillera Juana Cruz Reyes.

En su puesto de rebozos, la señora Juana muestra orgullosa sus creaciones hechas con chaquira, se las pone y las modela para que ojos curiosos se acerquen a observar a comprar alguna de sus prendas.

“Para mi es algo muy bonito, aunque no se le gane mucho yo le tengo mucho cariño. Por eso doy clases en la Casa de Cultura, son gratis, si usted gusta le puedo enseñar”, dijo.

 

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