5 de mayo 2018
 
Hace (71) meses
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Debido a mi nerviosismo por las elecciones presidenciales, la otra noche tuve un sueño extrañísimo. Soñé con los protagonistas de la batalla del 5 de mayo de 1862. En medio de una espesa neblina advertí a don Benito Juárez, vestido con su levita negra. Esperaba verlo feliz por el triunfo de la batalla de Puebla. Sabía que al finalizarla recibió centenas de cartas de felicitaciones, incluyendo la del presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln.

Sin embargo, el Benemérito de las Américas se veía molesto. –¿Por qué está usted tan enojado?, le pregunté de la manera más respetuosa. –¿Por qué utiliza mi nombre para engañar al pueblo? Me refiero a ese señor que se llama López Obrador, dirigente de Morena. Él y yo no nos parecemos nada, somos totalmente disímbolos. Yo soy liberal, no un socialista. El señor tiene que entender que ser liberal no es ser de izquierda. A diferencia de él, soy respetuoso de las leyes. Yo sí estudié y hablo cinco idiomas. Mi familia y yo vivimos y luchamos por México y para México. Yo no dividía al pueblo, lo unía para sacar al usurpador, como el que ahora llama a su movimiento revolución bolivariana. ¿Por qué dice “primero los pobres”, cuando debería decir “primero los mexicanos” sin importar su ascendencia, ni posición, simplemente por ser mexicanos? Entonces, doña Guadalupe, ¿por qué ese señor se compara conmigo? Cuando siempre respeté las instituciones y luché por un crecimiento económico. Dígale que no utilice el dolor y el sufrimiento de los que tienen poco o nada. Es una canallada, de lo más bajo y ruin.

De pronto en mi sueño apareció don Porfirio Díaz. Él, en cambio, se veía rebosante de gusto. –Cómo no lo estaría si le ganamos al mejor Ejército del mundo. Nunca antes el Ejército mexicano había ganado una batalla. Como le escribí a mi herma- na Nicolasa, “sacudimos a los mamelucos colorados”. Eso sí, tuvimos pérdidas considerables pero matamos a muchos, muchos “monsieures”. Pobres franceses, ese día les llovió sobre mojado. Por la tarde una fuerte granizada los obligó a retirarse del campo de batalla. Este triunfo ha sido el día más memorable de mi vida. –Seguramente está enterado de las elecciones presidenciales en México, ¿cómo ve a los candidatos? –Me gusta Meade. Él es el más preparado y con mayor experiencia. Me llama la atención que haya sido 5 veces secretario. Por favor no vayan a votar por ese señor que se llama López Obrador, porque llevará al país al pasado. Es un populista, no les conviene. Cuando yo era Presidente, puse a México en el mapa del mundo. Hubo orden, paz y progreso. Modernicé al país. Pagué la deuda externa, construí el ferrocarril; conmigo hubo líneas telefónicas, el telégrafo y muchas inversiones extranjeras. Construí… Estaba a punto don Porfirio de contarme más cuando apareció Ignacio Zaragoza, vestido de uniforme.

Llevaba sus eternos espejuelos. Al verlo tan alto y erguido, recordé lo que les dijo a los miembros del Ejército Oriente en aquella mañana del 5 de mayo: “Nuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra patria”. –A mí, doña Guadalupe, me gusta Anaya para que sea su próximo Presidente. Es un candidato valiente, honrado, inteligente y que no tiene pelos en la lengua. Además habla inglés y francés, herramientas fundamentales para enfrentarse al mundo. A mí me gustan los hombres valientes. Mire usted, a pesar de que yo no era un general capaz de estrategias geniales, conocía bien el alma del soldado mexicano. Creía profundamente en mi patria. La madrugada del 5 de mayo repartí a mis 5,000 hombres en puntos estratégicos. Mis hombres lucharon con pasión, así como la que tiene Anaya. Además, tengo la impresión que el candidato es un hombre de suerte, factor muy importante en la política. ¿Sabe lo que decía Napoleón cuando contrataba a un mariscal? Que antes de conocer sus derrotas o triunfos en las batallas, quería saber si se consideraban hombres con suerte. Salúdemelo por favor y dígale que le deseo mucha suerte.

Atrás del general Zaragoza, advertí a un hombre igualito al Bronco, con una pequeña guillotina entre sus manos. “¡Saquen al verdugo!”, gritaba una multitud. Junto a él, estaba una mujer de rebozo que a todo el mundo le pedía su firma. Cuando estaba por pedir la mía, me desperté…

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